Han pasado, pues, siete años y, por desgracia, ahí seguimos. No sólo mi artículo cayó entonces en saco roto, sino que esta ha sido también la suerte de cuantos se han escrito en este periodo en un sentido parecido. Con la particularidad de que el rechazo ha procedido siempre del mismo sector: de la cúpula de UPyD, contraviniendo, según revelan los sondeos, la voluntad de la mayoría de sus militantes. Y con la particularidad, sobra añadirlo, de que la amenaza del nacionalismo en España, unida a la crisis de credibilidad de los partidos políticos tradicionales, ha convertido esa fusión —o coalición, o acuerdo, o colaboración, qué mas da— en algo absolutamente perentorio. Así lo ha reconocido esta semana el cabeza de lista de UPyD en Europa, Francisco Sosa Wagner, hasta el punto de reclamar a la líder de su partido un cambio de estrategia. Pero en vano. Tanto ella como sus lugartenientes —entre los que ha despuntado, por su bajeza, una especie de Margarita Nelken rediviva— se niegan a abordar siquiera la cuestión. Como si el futuro de este país no fuera con ellos. Como si no importaran para nada los resultados electorales y lo único digno de ser valorado fuera el culto al aparato del partido y el acatamiento acrítico de cualquier decisión emanada de sus órganos directivos. ¡Y dicen que aspiran a renovar la política!
(ABC, 23 de agosto de 2014)