Algunos desalmados, entre los que me cuento, venimos denunciando desde hace años que el problema está en la base. O sea, en primaria y, si me apuran, en los últimos cursos de infantil. Por descontado, ello no significa que el actual modelo educativo no tenga algo que ver en la existencia misma del problema. Claro que tiene que ver. Y mucho. Pero si ese modelo es el que es y no otro, ello se debe a que la enseñanza española lleva por lo menos un cuarto de siglo en manos de maestros, ideada por ellos y para ellos. Y cuando digo la enseñanza digo toda la enseñanza, desde los tramos liminares hasta los superiores —el llamado Plan Bolonia, tal y como se está aplicando por estos pagos, no constituye sino una extensión a la universidad del espíritu de primaria—. En qué ha parado semejante estado de cosas es de sobra conocido: España, en lo que a resultados educativos se refiere, se halla a la cola del mundo desarrollado y sin atisbo alguno de abandonar en un futuro próximo tan privilegiado lugar. De ahí que
la noticia difundida esta semana por la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid según la cual un 86% de los aspirantes a una plaza de maestro suspendieron la prueba de conocimientos realizada a finales de 2011 —lo que significa que todos ellos ignoraban lo que un chaval de primaria debería saber si fuera convenientemente evaluado—, por muy insólita que parezca, no deja de resultar comprensible. Aun así, lo más grave no es eso, sino que sólo un 11% de los interinos seleccionados para dar clase en el curso académico hubieran superado la mencionada prueba; la normativa impuesta por los sindicatos, que hace valer ante todo la antigüedad del candidato, había obrado el milagro.
Desde hace un montón de años, a los maestros se les instruye para que cambien de «paradigma educativo» o, lo que es lo mismo, se les enseña que lo verdaderamente importante es «aprender a aprender». Y al final, claro, de tanto aprender a aprender no aprenden nada de nada.
(ABC, 16 de marzo de 2013)