(ABC, 5 de enero de 2013)
Tal vez algún graduado en ciencias políticas ya esté en ello, pero, de lo contrario, alguien debería emprender un estudio profundo sobre el socialismo español contemporáneo —y lo contemporáneo, aquí, puede limitarse a la última década, por más que los antecedentes siempre iluminen—. Resulta absolutamente asombrosa la deriva de este partido, lo mismo en sus goznes capitalinos que en sus cantos periféricos. No hay día en que el socialismo no chirríe. No hay día en que, por hache o por be, no quede en algún punto desencajado. El último episodio conocido ha tenido como protagonista al secretario general de Álava, Txarli Prieto, que ha elaborado un documento político en que, tras atribuir los últimos varapalos electorales a las alianzas con el PP y rechazar un posible acuerdo con el PNV, propugna un acercamiento manifiesto a la izquierda «abertzale», ahora que las pistolas ya no obligan a andarse con miramientos. Es verdad que Prieto lo propugna para Álava, pero, dado el precedente de la aprobación de los presupuestos en Guipúzcoa, la propuesta podría hacerse extensiva al resto de la Comunidad. Con ella, el socialismo vasco seguiría la estela del catalán y sus tripartitos y del gallego y su bipartito. Es decir, una estrategia de pactos o gobiernos donde lo menos importante es el marco constitucional —o sea, el imperio de la ley— y lo más, la confrontación permanente con el Gobierno central y el resto de las instituciones del Estado, en la medida en que estas van a erigirse —es de esperar— en garantes del orden establecido. Las consecuencias, por supuesto, son lo de menos. Lo único que parece contar, en el ánimo de sus dirigentes, es la posibilidad de mantener o de arañar, a corto o medio plazo, algo de poder. En otras palabras: un cargo, un sueldo, una jubilación. Los catalanes, sobra añadirlo, ya lo demostraron hace poco aceptando la consulta soberanista. Son gente práctica, qué duda cabe, siempre dispuesta a dar ejemplo.
(ABC, 5 de enero de 2013)
(ABC, 5 de enero de 2013)