Leo que la librería Catalònia ha cerrado sus puertas y que el local —en la ronda de San Pedro, frente al Corte Inglés— va a albergar probablemente un McDonald’s. Como dicha lectura coincide con la de un artículo de Juan Cruz titulado «La conspiración contra el libro», me digo que, en efecto, debe de haberla, tal conspiración, si una capital como Barcelona, que asegura tener estructuras de Estado, permite que una librería con casi 89 años de historia, cuna del catalanismo y eje de la resistencia cultural contra el franquismo, eche el cierre. Luego, claro, espoleado por la noticia y algo decepcionado también porque Cruz, que conoce el sector como nadie, no aporta dato alguno que avale su teoría conspirativa, me pregunto qué habrá pasado. O sea, por qué razón una ciudad que ha visto nacer un modelo de librería como La Central, cuyo éxito no se limita a las distintas sedes barcelonesas, sino que incluye asimismo las de Madrid —con la de Callao como último exponente de esa expansión—; por qué una ciudad así, que lee, o por lo menos consume libros, ha dejado morir la Catalònia. Y no se me ocurre otra explicación, una vez sabido que una de las causas del cierre, según el sector del libro, es el excesivo peso que las compras institucionales tenían en sus ingresos, que atribuir la desaparición de la librería a ese proteccionismo que ha sido el santo y seña de la cultura catalana en lo que llevamos de autonomía —y hasta, si me apuran, desde hace cosa de un siglo— y que la crisis económica empieza a resquebrajar. El mismo que subvenciona toda la prensa del lugar, siempre y cuando esté escrita en catalán, y que hace lo propio con radios y televisiones y con cuantas manifestaciones culturales se ajusten al patrón establecido. Se comprende, pues, que el cierre de la Catalònia haya provocado estos días un sinfín de jeremiadas. Pero todo indica que a esas plañideras, por más que lloren, el mamar, poco a poco, se les va a acabar.

(ABC, 12 de enero de 2013)

Proteccionismos culturales

    12 de enero de 2013