La constitución del nuevo Gobierno de la Generalitat no deja lugar a dudas: como diría Josep Pla, el viaje se acaba. Y no porque Ítaca esté cerca. La subida a cubierta para asumir las carteras de Presidencia y Justicia de quienes han realizado junto a Mas, desde hace por lo menos tres lustros y sin abandonar la sala de máquinas, la travesía hacia ese país natal que nunca existió —esto es, los irredentos Homs y Gordó, respectivamente— ha sido interpretada como la ratificación de que la cosa iba en serio, de que los hechos empezaban a corresponderse con las palabras. Cierto. La radicalización del gabinete es incontestable. Tanto más cuanto que los descartes han recaído en los navegantes de patriotismo más liviano, y las ratificaciones, en aquellos cuyo independentismo — pongamos un Puig, o un Mascarell— ha superado ya todas las pruebas. Junto a ellos, completando la tripulación, esas figurillas de pesebre que tanto adornan el conjunto —pongamos la tríada de consejeros de Unió— y donde la palabra «pesebre» lo mismo vale para belén que para comedero.
Así pues, todo indica que Mas ha dispuesto a su gente para zafarrancho de combate. El problema es que ese zafarrancho, dentro de nada, va a pasar de combate a siniestro. Es posible, no lo niego, que el presidente de la Generalitat, en su enajenación transitiva, ni siquiera haya previsto tal eventualidad. Vaya, que dé por hecho que habrá combate y que hasta puede salir de él victorioso. Pero, consciente o no de sus actos, lo que en verdad está haciendo Mas es quemar las naves. O sea, despedirse a la heroica. Y, con él, cuantos le acompañan. Porque, si bien hay quien sostiene que Homs está puesto ahí para cuando el barco zozobre y su capitán salte por la borda, resulta difícil de creer. Y lo más triste es que hasta puede darse el caso de que no haya combate. Con lo necia que es esta gente, no me extrañaría lo más mínimo que baste un simple golpe de mar para que el viaje se acabe.
(ABC, 29 de diciembre de 2012)