(ABC, 8 de diciembre de 2012)
Mi compañero de fatigas Ramoneda aseguraba el pasado jueves en «El País» que «sin duda el Gobierno de Aznar fue el más ideológico de la historia de la democracia española». La afirmación es de todo punto extraordinaria. Por lo categórico y, en especial, porque no se sostiene en prueba alguna. Mejor dicho, sí se sostiene en algo: en que el Gobierno de Rajoy, a juzgar por lo expresado en el mismo artículo, no lo está siendo tanto. Todo indica, pues, que para ciertos pensadores de izquierda, navarros o no, la ideología es mala cosa. Tan mala, que no merece asociarse más que con la derecha. En eso buena parte de la izquierda se comporta exactamente igual que el nacionalismo. Rechaza que su visión del mundo pueda ser tildada de ideológica y, en consecuencia, ponderada, refutada y, ¡ay!, combatida. Tanto esa izquierda como el nacionalismo —y mucho me temo que en el caso del compañero Ramoneda ambos parámetros se confundan ya sin remedio— ven sus propias creencias y valores como algo inmaculado, esencial, como algo no sujeto a discusión y ajeno, pues, al debate público. Sólo así se explica que en el artículo de marras ese preámbulo dé paso a una verdadera diatriba contra el borrador del anteproyecto de nueva ley educativa que acaba de presentar el ministro Wert —al que Ramoneda atribuye, por cierto, «un narcisismo incontenible», como si tal atributo tuviera que ser por fuerza privativo de la farándula y de algunos profesionales de la comunicación—. Y sólo así puede entenderse que en él se afirme, entre otras muchas perlas irreproducibles por falta de espacio, que «el fracaso escolar importa poco» a este Gobierno, que lo único que en verdad le interesa es «la jerarquización social ya desde la escuela». Como si el páramo educativo actual fuese obra de un dios laico y no de un cúmulo de gobiernos y leyes socialistas. Como si el sueño de la razón, en definitiva, no pudiera producir, aparte de monstruos, montones de analfabetos.
(ABC, 8 de diciembre de 2012)
(ABC, 8 de diciembre de 2012)