Cuenta Pedro Sainz Rodríguez, ese personaje irrepetible —tan irrepetible como la época que le tocó vivir, de 1897 a 1986, por más que de tarde en tarde ciertos paralelismos todavía nos deslumbren—, que a principios de 1938, en plena guerra civil, cuando Francisco Franco le nombró máximo responsable de lo que al cabo de poco y en adelante se llamaría en España Ministerio de Educación, les espetó a los periodistas de Burgos que habían ido a entrevistarle a San Sebastián: «..Ya ha salido la lista… con el gordo». La lista era el primer gobierno de Franco y el gordo, por supuesto, era él. Y no porque su nombramiento como ministro hubiera acaecido en tal día como hoy, sino porque al hombre le rebosaban las carnes tanto como las ideas.

​No creo que sea el caso de Oriol Junqueras. Al menos, en cuanto a las ideas. Nada hay en lo dicho últimamente por el líder de ERC que pueda calificarse de novedoso. Su papel en el teatro de la política catalana se reduce, y no es poco, a asegurar que Artur Mas se despeñe tarde o temprano. En este sentido, recuerda muchísimo el papel representado —con éxito, sobra añadirlo— por Carod Rovira cuando el Gobierno de la Generalitat estaba presidido por Maragall o por Montilla. Eso sí, con dos diferencias sustanciales. Por un lado, Carod Rovira y su partido formaron parte de aquellos gobiernos. Y luego, claro, ni Maragall ni Montilla son Mas. Es verdad que a ambos expresidentes la mala conciencia de no ser nacionalistas —o de no serlo, al menos, en el grado suficiente— les llevó a sobreactuar hasta extremos ridículos. Y que en algún momento hasta se creyeron su papel. Pero, aun así, nada de eso puede compararse al redentorismo sacrificial del actual presidente. No, él quiere terminar la obra de demolición, personal y colectiva, y para eso cuenta con Junqueras. O lo que es lo mismo: dado el más que previsible desenlace, para eso Junqueras cuenta con Mas. Comprobarlo es cuestión de tiempo. Breve, por lo demás.

(ABC, 22 de diciembre de 2012)

El gordo

    22 de diciembre de 2012