Dice el director general de los Mossos d’Esquadra que los tiene controlados, que no pasan de 500 en toda Barcelona y que en la manifestación del miércoles no habría más de 200. (Pues menos mal que 300 libraban aquel día, que si no…) También dice Manel Prat que actúan de forma organizada y aprovechando las grandes concentraciones humanas. Pero, vaya, que los cazan, que el vandalismo en Barcelona no queda ni va a quedar impune. (Cierto: de las 12 personas detenidas por los disturbios del miércoles, sólo 11 han quedado en libertad —eso sí, con cargos, de los que deberán responder ante el juez—.) Y además, concluye Prat, cuando se analicen los vídeos, caerán algunos más, como ya ocurrió a raíz de la protesta de los del 15-M ante el Parlament. «Qui la fa la paga», en definitiva.

Sí, pero no. O sea, la paga más que antes, sin duda, más que con los gobiernos tripartitos, cuando la policía autonómica no sabía muy bien de qué lado debía estar, si del de los vándalos o del de sus víctimas, pero, aun así, o mucho me equivoco o dentro de un año los 500 seguirán siendo 500. Y, sobre todo, Barcelona seguirá siendo Barcelona, esa excepción. Y es que, por más que el «New York Times» haga de la violencia barcelonesa un ejemplo del clima que se respira hoy en día en España, nueve de cada diez veces quien tiene el honor de ocupar las portadas de España y del resto del mundo por hechos similares no es Sevilla, ni Valencia, ni Madrid, ni siquiera —desde hace ya algún tiempo— Bilbao o San Sebastián; es Barcelona. Como lo era hace algo menos de un siglo, cuando la ciudad de las bombas y de los llamados crímenes sociales; como lo fue cuando la República y a pesar de la tan ansiada República; y como lo está siendo con la actual Monarquía y a pesar de la democracia. Un mismo radicalismo, antisistema, de distinta intensidad. Como si el anarquismo de antaño, al que tantos guiños ha hecho siempre gran parte de la izquierda local, continuara marcando los tiempos.

ABC, 3 de marzo de 2012.

La excepción barcelonesa

    3 de marzo de 2012