ABC, 31 de marzo de 2012.
Llevo años siguiendo muy de cerca la concesión del Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Qué quieren, es mi obligación. Por un lado, el premio lo concede Òmnium Cultural, y Òmnium, aunque no pueda decirse que son todos los catalanes, sí puede decirse que es una entidad pagada, vía subvención, por todos los catalanes. Y luego está lo del clímax. Salvadas sean las distancias, el Premi d’Honor —dotado con 20.000 euros— constituye la «petite mort» anual de Òmnium, el punto aquel en que los patriotas catalanes alcanzan, gracias al erario público, el éxtasis. De ahí que lo que se sigue de su concesión —la identidad del premiado, sus primeras declaraciones— deba merecer la atención de cualquier analista que se precie. Este año, por ejemplo, se lo han otorgado al monje Massot i Muntaner, un sabio monserratino, autor de una obra hercúlea y merecedor, qué duda cabe, de todos los honores. Y he aquí que el monje Massot, nada más recibir el premio, se ha declarado independentista. Quizá ya lo fuera antes y no quepa atribuir su profesión de fe a la exaltación del momento, sino a la simple expresión de una segunda creencia —para entendernos: el hombre cree en Dios y ello no le impide creer, a un tiempo, en Cataluña—. Pero a mí, no sé por qué, me da la sensación de que esa clase de pronunciamientos son fruto de la edad. Massot pertenece a la tercera edad catalana. Como Jordi Pujol. O como el jubilado este de Mallorca —ya me perdonarán los mallorquines que incluya a ese coterráneo suyo en la tercera edad catalana— que se ha tirado veinte días en huelga de hambre para protestar por la decisión del Gobierno Balear de modificar la Ley de Función Pública para que el conocimiento de la lengua catalana deje de ser un requisito y pase a ser un mérito. Como diría mi amigo Ferran Toutain, en cada uno de ellos anida un viejo amargado por una realidad que no es la que él quisiera y que —igual que haría un niño malcriado— se niega a aceptar.
ABC, 31 de marzo de 2012.
ABC, 31 de marzo de 2012.