ABC, 28 de enero de 2012.
Todos tenemos nuestras fijaciones. Algo sobre lo que volvemos y volvemos y volvemos, como si no existiera otra cosa en el mundo. Tal vez la más extendida de las fijaciones sea el fútbol. Mejor dicho: el Barça, o el Madrid —o el Español, si me apuran—. Para quienes la disfrutan o la padecen, nada late, nada se mueve, nada se distingue fuera de ella; nada existe, en una palabra. Pero también hay fijaciones más modestas, menos compartidas. Por ejemplo, la de Ignacio Buqueras con los horarios. Buqueras lleva años y años aportando sus buenas razones —ayer mismo reincidía en estas mismas páginas, a propósito del partido de Copa entre Barcelona y Madrid— para que España adapte sus horarios a los de la Europa civilizada; y nada, ni caso. Claro que ninguna fijación como la de Jordi Pujol con la lengua de los camareros. Hace años se lamentaba el hombre de que uno no pudiera pedir en un restaurante de por aquí un «pollastre rostit» sin que el camarero pusiera cara de póquer o respondiera a la solicitud con un «No entiendo». Y el pasado martes, en la televisión pública catalana —su casa, en definitiva—, el ex presidente volvía a la carga afirmando que en Cataluña «no puede haber independencia mientras el camarero de Puigcerdà le hable en castellano al negro que habla como Pompeu Fabra». De lo que se deduce que, a su juicio, la independencia llegará el día en que los catalanohablantes —demos por hecho que el camarero de Puigcerdà, aunque no sea negro ni hable como Pompeu Fabra, lo es— se dirijan en catalán a los inmigrantes a los que previamente se ha sometido a la debida inmersión en el idioma de la tribu. Lo cual, sobra decirlo, no augura nada bueno para el sector. Si la independencia depende en último término de la lengua de los camareros, ya me veo al Govern preparando una ley ómnibus para meterlos en vereda. Y cuidado si son de Puigcerdà, que o mucho me equivoco o les va a tocar formar parte del plan piloto.
ABC, 28 de enero de 2012.
ABC, 28 de enero de 2012.