Quienes conocen al consejero Andreu Mas-Colell tienden a afirmar que se trata de una de las mejores cabezas del actual Gobierno de Cataluña, por no decir la mejor. Y dado que el mencionado gobierno fue calificado en su día, con general aprobación —o, al menos, con nulo disentimiento—, de «gobierno de los mejores», es de suponer que dicha cabeza no sólo es la mejor de las mejores, sino que encima es pensante. Yo no tengo por qué dudarlo y ahí está, por lo demás, el currículo del consejero para confirmarlo, lo mismo en el ámbito público que en el privado. Ahora bien, yo también sé que ese hombre tiene entre sus haberes el haber sido comunista de joven y convergente de mayor. Y esa combinación, por distinta que sea la naturaleza de cada cual, suele derivar en una solución tóxica, corrosiva y, en definitiva, profundamente intolerante. Recordará tal vez el lector el acto de afirmación nacionalista que el entonces consejero de Universidades encabezó hace una década ante los juzgados de Tarragona en apoyo del imputado rector Arola; terminó con el canto de «Els Segadors» y con alguno de los presentes extendiendo orgulloso los cuatro deditos. Pues bien, este miércoles «The New York Times» publicó una carta de Mas-Colell en la que este replicaba a un artículo del periódico sobre la responsabilidad de las Comunidades Autónomas, y en especial de la Generalitat, en los problemas fiscales españoles. Y en la que afirmaba: «No todo el mundo en España está reconciliado con la transformación post-Franco del país», en alusión a una presunta tentación involucionista. Podía haber hablado, claro, de limitar el desarrollo autonómico. O de centralizar la economía. O incluso de recentralizarla. Y hasta podía haber aludido, vagamente, a algunos principios consagrados por la Constitución. Pero no. Había que sacar el muerto a pasear. ¡Ah, qué sería de su vida, y de la de tantos otros como él, si no existiera Franco, ese hombre!

ABC, 14 de enero de 2012.

Ese hombre

    14 de enero de 2012