Decididamente, las protestas de los Mossos d’Esquadra contra los recortes del Departamento de Interior han soliviantado al personal del establishment nacionalista. Desde el mismísimo ex presidente Pujol hasta los más insignificantes masticadores de opinión, pasando por los másteres del universo mediático local —dependientes en su integridad, por activa o por pasiva, del erario público—, todos han criticado, con mayor o menor virulencia, a las fuerzas del orden autonómicas. Eso de atender a los ciudadanos sólo en castellano les ha parecido intolerable. Y no digamos ya el remate: la exhibición a plena luz del día de banderas españolas, acompañada del canto del «Que viva España», en un acto de Artur Mas en Lloret de Mar, acto que, para más inri, era de exaltación del «ADN y el núcleo duro del país» —esto es, desde Pasqual Maragall, de la lengua catalana—. Seguro que si los concentrados, en vez de exhibir lo que exhibieron y de cantar lo que cantaron, hubiesen recibido al presidente de la Generalitat con unos cuantos «calvos», la cosa no hubiera ido más allá de un pie de foto; al fin y al cabo, los culos no tienen lengua. Ni siquiera los catalanes, que se sepa.
Pero, de todas las reacciones habidas en el corral, ninguna tan instructiva como la de
la columnista Rahola. Tras elogiar la actitud del sindicato corporativo, contrario a las medidas de protesta, la tomaba con las sucursales de UGT y CCOO en la policía autonómica. «¿Qué les ha pasado?», se preguntaba. ¿Cómo es posible que hayan secundado una acción de esta naturaleza, si «han sido siempre serios en la lucha a favor del idioma»? En efecto, ¿cómo es posible que un estómago agradecido olvide de pronto quién le da de comer? ¿Será que ya no le dan como antes? ¿Será que las bases ya no obedecen a sus cuadros? Es verdad que, a estas horas, las aguas sindicales ya han vuelto a su cauce. Pero se desbordarán de nuevo. Dos años de recesión no pasan volando.
ABC, 21 de enero de 2012.