El nacionalismo acostumbra a orinar en la calle. Por supuesto, nada tengo contra la práctica de orinar. Se trata de una necesidad fisiológica que todos los animales, incluso si son nacionalistas, se ven impelidos a satisfacer unas cuantas veces al día. Ahora bien, una cosa es que evacuen donde nadie les ve o sólo sus íntimos, y otra muy distinta que lo hagan en público, en plena calle. En especial si, como presumen, andan cargados de razón. Que a determinados animales de compañía no les quede más remedio que arrimarse a una esquina para verter allí sus micciones, no deja de ser, al cabo, algo inevitable y, en último término, la consecuencia lógica del interés de sus dueños en que no las viertan en casa. De lo contrario —los chuchos son la mar de listos si se les enseña—, ya les aseguro yo que se aguantarían. Como se aguantan la inmensa mayoría de los racionales nada más pisar la calle. Y es que, si alguno no lo hace, sabe que le aguardan las ordenanzas municipales con sus multas ejemplares. Excepto si ese alguno, claro, resulta ser nacionalista. En tal caso, no valen la higiene ni las buenas costumbres. ¿Que el nacionalista quiere marcar territorio? Pues lo marca. Y al que no le guste… Y para que no queden dudas sobre la existencia de semejante hecho diferencial —o, lo que es lo mismo, de semejante impunidad—, el propio Artur Mas lo ha reivindicado este miércoles, en el solemne marco del Saló de Sant Jordi, durante su balance de cien días de gobierno. «Hemos marcado territorio desde el primer día», ha afirmado el hombre, lleno de orgullo. Y aún: «No tenemos miedo a la confrontación si hace falta». Lo que significa que el presidente de la Generalitat se ha comportado, en relación con las exigencias del Gobierno de España, exactamente igual que sus antecesores. Esto es, desobedeciendo, saltándose la normativa, dando rienda suelta a sus micciones. Que el territorio es el territorio y no conviene que se seque por falta de riego.

ABC, 9 de abril de 2011.

Orines nacionalistas

    9 de abril de 2011