Dice mi amigo Àngel Duarte que Josep Ramoneda se nos ha vuelto cínico. Lo dice a propósito de un artículo publicado este martes en «El País» en el que Ramoneda sostiene que el independentismo ha dejado de ser un radicalismo gracias, en buena medida, a la consolidación a través de la educación de «una perspectiva más propia de las cosas». Es posible que Duarte esté en lo cierto y que el anterior fragmento entrecomillado constituya un ejercicio desvergonzado y hasta obsceno de la opinión —y, en tal caso, mucho me temo que la desvergüenza viene de antiguo—. Pero, más allá de la máscara con que se presente el articulista, la relación de causa a efecto a la que alude me parece fuera de toda duda. Hablando en plata: si el independentismo ha crecido en Cataluña y ha dejado de ser, por tanto, un mero radicalismo, como parecen dar a entender las cifras de las consultas callejeras celebradas hasta la fecha —y aun cuando estas consultas se hayan celebrado en las condiciones y con las garantías de todos conocidas—, ello es el fruto de una educación nacionalista. O, si lo prefieren, de una educación en el nacionalismo —que así hay que entender, al cabo, esa «perspectiva más propia de las cosas»—. Treinta años de nacionalismo gobernante y de control de la administración educativa, con el concurso nada despreciable de los medios de comunicación públicos, dan para mucho. Por ejemplo, para educar a dos generaciones de nuevos catalanes. Y educar, aquí, no significa sino inculcarles una determinada visión del mundo en la que Cataluña aparece en todo momento —lo mismo en los libros de texto que en los mapas del tiempo, lo mismo en el presente que en el pasado— desgajada de España o en conflicto con ella. O sea, sin harmonía alguna con la realidad circundante. Así las cosas, lo raro no es este porcentaje del 18% de ciudadanos que, según dicen, están a favor de la independencia. Lo raro es que este porcentaje no sea mucho mayor.


ABC, 14 de enero de 2011.

Cuestión de perspectiva

    16 de abril de 2011