Al parecer, Jordi Pujol ha votado. Por la independencia. Y, al parecer, ha votado sí. Estupendo. Todos los ciudadanos, de los más tiernos a los más ajados, tenemos derecho al pataleo. Incluso si el pataleo adquiere tintes esperpénticos. Así pues, no veo por qué el ex presidente de la Generalitat iba a ser menos. Por otra parte, esta misma semana, dos días antes de emitir su voto, Pujol había ya anunciado sus intenciones en la Pompeu Fabra. Según propia confesión, se ha quedado seco, sin argumentos. Un hombre sin argumentos. ¿Existe acaso algo más triste? Y, encima, con ochenta años cumplidos y después de haber dedicado la vida entera a amasarlos —los argumentos—. Como para desesperarse. Pues no. Y es que esos argumentos que Pujol tenía y ha perdido sólo le servían para contener las aguas. Eran, como si dijéramos, una especie de diques que él oponía a los anhelos de independencia de los demás, catalanes todos. Sólo eso. Total que ahora, tras convencerse de que la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto no perseguía otra cosa que la demolición de Cataluña, el hombre se ha echado a un lado y ha abierto las compuertas. Y, para que nadie se confunda sobre sus intenciones; para que nadie crea que semejante reacción no obedece más que a la voluntad de no perecer ahogado ante el empuje de la marea y que él, en el fondo, sigue siendo el de siempre, o sea, un hombre de orden; para disipar, en fin, cualquier sombra de duda, este mismo jueves ha comunicado en las ondas que ya ha votado por la independencia y que ha votado sí. En una palabra, que estamos ante un hombre nuevo. ¡Lo que hace la pérdida de argumentos! Eso sí, Pujol, fiel a los tiempos en que «La Vanguardia» le publicaba entrevistas escritas por él de cabo a rabo, ni siquiera se ha molestado en ir a votar a uno de esos tenderetes de feria que hay por la calle: ha exigido que le traigan la urna a casa. Ahora sólo falta que le traigan también la independencia.

ABC, 2 de abril de 2011.

El voto en casa

    2 de abril de 2011