El pasado domingo, un diario catalán de gran tirada abría su portada con este titular: «Hereu se impone al PSC». La frase no podía ser más explícita: un hombre solo le había ganado la batalla a todo un partido. O sea, una hazaña. En los días siguientes, la mayoría de los comentarios han abundado en lo mismo. Y hasta hay quien ha inferido del resultado que los nobles intereses de la ciudad, encarnados en su actual alcalde, habían derrotado a los espurios intereses de un partido. Es verdad que esa interpretación se ha visto favorecida por el apoyo que el primer secretario Montilla, en otro tiempo don José, brindó desde el primer día a la candidata Tura so pretexto de que las encuestas le daban a ella muchas más opciones que al alcalde Hereu en un futuro enfrentamiento electoral con Xavier Trías. Y también lo es que el hecho de que la ex consejera de Interior y Justicia no residiera en Barcelona no ha contribuido en absoluto a legitimar su ya intempestiva candidatura. Pero, aun así, resulta sorprendente que la victoria de Hereu sea percibida en casi todos los foros como una proeza. ¿Tan lejos cae Madrid, donde en septiembre del año pasado ocurrió exactamente lo mismo cuando el socialista Gómez venció a su correligionaria Jiménez, que se presentaba con el aval del propio presidente del Gobierno? Y es que lo que cuenta, aquí como allí, lo que constituye el verdadero partido, no es la cúspide del aparato, sino sus niveles más bajos, o sea, la agrupación y la federación territoriales. Por eso los militantes, puestos en el trance de escoger entre dos candidaturas, siempre van a preferir la encabezada por el representante del sector con el que tienen tratos —esto es, toda clase de intereses— antes que la bendecida por la dirección. Así funcionan los partidos. Si bien se mira, y aunque luego algunos lo llamen pomposamente democracia interna, no deja de ser una aplicación algo creativa del principio de subsidiariedad.

ABC, 26 de febrero de 2011.

Un partido subsidiario

    26 de febrero de 2011