Ignoro si a estas alturas la dirección del Teatro Apolo ha contestado ya al requerimiento de la Agencia de Salud Pública del Ayuntamiento barcelonés para que diga si en el escenario donde se representa el musical «Hair» efectivamente se fuma y, en su caso, qué. O, si lo prefieren, para que diga si la denuncia interpuesta por un espectador ha o no ha lugar. De haberlo y de no mediar propósito de enmienda por parte de los responsables de la sala, la empresa se expone a una sanción que puede oscilar entre los 600 y los 10.000 euros. Con todo, el director de producción del espectáculo ya ha indicado —y no hay por qué dudar de su palabra— que lo que fuman los actores es «una mezcla de hierbaluisa y albahaca». O sea, nada de tabaco, por lo que no procedería aplicar la ley. Pero es que, además, ¿a quién se le ocurre pensar que los protagonistas de «Hair» pueden fumar tabaco y agarrar por esa vía una especie de globo? Sólo a un abuelito de la cuarta edad o a un jovenzuelo bastante desinformado. Perdón: y a la ministra Pajín, que no creo que entre en ninguna de las categorías anteriores. ¡Si lo que sorprende aquí es que los actores no le den a otra clase de hierbas, más psicotrópicas! Aun así, la ministra ha declarado que el fumar se tiene que acabar, que las compañías teatrales deben ingeniárselas para «simular que uno fuma sin necesidad de fumar». Si se finge un asesinato —razona Pajín—, ¿por qué no fingir una calada? Sin duda, ¿por qué no? En último término, todo es simulable, hasta el oficio de ministra. Pero, qué quieren, lo mismo en el teatro que en la política —dos mundos tan parecidos, al cabo— la credibilidad, más que un valor, es una condición necesaria. Y para que algo, lo que sea, resulte creíble, debe contener como mínimo algunos ingredientes reales. Un poco de vida, vaya. Sin velos, sin tapujos, sin disfraces. Si la vida es puro teatro, el teatro —el bueno, al menos— también es pura vida.

ABC, 19 de febrero de 2011.

La vida esfumada

    19 de febrero de 2011