Alfonso Guerra, ese diputado incombustible que todavía levanta el puño y se anuda el pañuelo del sindicato cuando visita la cuenca minera asturiana, acaba de dar pruebas de su gran hondura moral. A raíz del cese de Eduardo Zaplana como diputado en el Congreso y de su incorporación a Telefónica como delegado del Grupo en Europa, a Guerra le ha faltado tiempo para escupir que los dirigentes de la derecha se sirven de la política para lograr un estatus social que les permite, el día de mañana -o sea, el día en que el partido o las urnas ya no los quieren donde ellos quisieran estar-, hincharse a ganar dinero.
De Zaplana pueden decirse, por supuesto, muchas cosas, y muchas de ellas nada decorosas. Lo mismo que Jaume Matas, su cuñado valenciano -y lo de valenciano vale igual por el lugar donde se conocieron que por el parentesco que resulta de estar casados con primas hermanas-, ha dejado la política cuando se le ha acabado la posibilidad de mandar, con lo que ha demostrado su escasa altura ética y un nulo sentido de la responsabilidad. Ahora bien, que la alternativa a un sueldo de diputado sea otro sueldo y no, por ejemplo, un atraco o un chantaje, no parece que deba ser reprobable, incluso si el segundo sueldo multiplica por diez el primero. Que se sepa, las leyes del mercado no las ha inventado Zaplana.
Claro que para alguien como Guerra la alternativa a un sueldo de diputado no puede ser sino otro sueldo de diputado. No en vano él es el único de nuestros representantes políticos que no ha faltado a la cita con las Cortes desde las primeras elecciones democráticas, celebradas en junio de 1977. Lo cual no ha impedido, por cierto, que en el entorno del diputado, y en especial, en el familiar, se haya producido a su costa más de un trapicheo.
Pero es que, encima, el mundo de los negocios está lleno de ex políticos de izquierda. En los consejos de administración de la propia Telefónica figuran, sin ir más lejos, Javier de Paz, ex secretario de las Juventudes Socialistas y ex director general de Comercio, y Narcís Serra, ex vicepresidente del Gobierno. Y en otras empresas no digamos. ¿Y? Pues nada, claro. Si, una vez abandonada la política activa, alguien les ofrece un trabajo y ellos lo aceptan gustosos, ¿acaso se les puede reprochar? ¿En nombre de qué? ¿De la izquierda? Por Dios, esto sería antes de Pablo Iglesias. Hoy en día, el que no corre vuela. Y, si no, fíjense en David Taguas, que ha pasado en un santiamén de asesor económico de Rodríguez Zapatero a presidente del «lobby» de constructores.
De ahí que el comentario de Alfonso Guerra, aparte de poseer el mismo valor que el puño en alto o el pañuelo anudado al cuello, ilustre la mar de bien esa doble moral, tan propia de nuestra izquierda.
ABC, 3 de mayo de 2008.