Y es que la deriva de la coalición nacionalprogresista en materia identitaria no tiene punto de comparación con la que los catalanes venimos padeciendo desde los albores de la España de las autonomías. Lo de Baleares, créanme, es mucho peor. No por la magnitud ni por la intensidad; por la absurdidad. En Cataluña se da, como mínimo, una identificación entre la lengua usada habitualmente por la mitad de la población y la que nuestros gobernantes han elevado al altar de la corrección política. En Baleares ni eso. Y no porque lo que hablan buena parte de los mallorquines, menorquines e ibicencos no sea catalán —que lo es—, sino porque el modelo de lengua que desde las distintas instancias públicas pretenden imponer al conjunto de la población —por medio de la escuela, de la Administración y de los medios de comunicación públicos— no se corresponde en modo alguno con lo que estos mallorquines, menorquines e ibicencos han hablado toda su vida.
Para muestra, la campaña que el Gobierno Balear, el Consejo Insular de Mallorca y el Ayuntamiento de Palma han puesto en marcha recientemente. En las vallas publicitarias, junto a los logotipos de las tres instituciones, puede leerse lo siguiente: «Ara és la teva. Parla en català». Dejemos a un lado la burda asociación entre el cambio de color político y la oportunidad que se les brinda a los ciudadanos de hablar una lengua que siempre han hablado, y centrémonos en el lenguaje. Cualquier mallorquín habría dicho: «Ara és sa teva. Xerra mallorquí». Y un menorquín y un ibicenco habrían hecho lo propio sustituyendo tan sólo el nombre del dialecto. ¿Por qué razón, entonces, la campaña optó por una versión distinta? Pues por una razón muy simple: porque así lo dictan los cánones del nacionalismo pancatalanista. Y en el archipiélago, hoy por hoy, manda este nacionalismo.
En consecuencia, mucho cuidado con lo que está pasando en Baleares. El que avisa…
ABC, 31 de mayo de 2008.