A veces para saber de dónde viene el viento político basta con abrir un diario de papel de esos que antes llamaban de referencia y que más parecen a estas alturas un bochornoso boletín gubernamental. Pongamos que hablo de El País. En su edición del lunes el rotativo dedicaba tres páginas a informar del acto del Magariños, dos más a publicitar una entrevista a la estrella del evento, otra, la del artículo de fondo, a analizar el fenómeno con la ayuda de la ciencia política y otra, en fin, a editorializar desde lo más alto sobre el lanzamiento de Sumar. Sin olvidar esa extraña figura apellidada García Montero que, aun siendo director del Instituto Cervantes –o precisamente por esto–, firma todos los lunes la columna de la última del boletín y que lo mismo puede deshacerse en elogios lacrimógenos a Renfe que dejarse llevar por la nostalgia de su pasado antifranquista a la hora de dar la bienvenida como camarada a Sumar, abogar por la unión de la izquierda y, en línea con el mencionado editorial, suspirar por la continuidad del Gobierno de coalición al que debe el puesto, pues “merecería la pena que los logros conseguidos tuvieran tiempo de consolidarse antes de que llegue Vox a destruirlo todo con el PP de la mano”.
Comprenderán ustedes que, así las cosas, no quede más remedio que aceptar que la operación Yolanda tiene como principal motor de arranque la Moncloa. Y no sólo por lo que haya regurgitado –y alcance a regurgitar en lo sucesivo– el Pravda del Ministerio de la Verdad socialista y cuantos medios de comunicación le bailan el agua, financiación mediante, a este Gobierno. Ya en su momento la estrategia adoptada por la Moncloa en el debate de la moción de censura presentada por Vox, con la hora larga de rodillo verbal de que disfrutó Yolanda Díaz para postularse tomando al candidato Tamames como punching ball, permitía intuir lo que aquello tenía de anticipo. Lo ocurrido el pasado domingo, pues, no fue sino el plato fuerte de un mismo menú. Tanto es así que se diría que, en vez del año 2023, estábamos unos cuantos milenios atrás, cuando el senador Marco Tulio Cicerón, en la campaña emprendida para alcanzar el cargo de cónsul, se dejaba guiar por los consejos que su hermano Quinto le había transmitido en una carta conocida como Commentariolum petitionis y, en concreto, por el siguiente: “Procura que toda tu campaña se lleve a cabo con un gran séquito, que sea brillante, espléndida, popular, que se caracterice por su grandeza y dignidad y, si de alguna manera fuera posible, que se levanten contra tus rivales los rumores de crímenes, desenfrenos y sobornos, algo que no desentonaría con sus costumbres”.
No hace falta precisar, supongo, que los rivales de Yolanda Díaz no son ni Vox ni el PP, sino el Podemos de los Montero, Belarra, Echenique y, por supuesto, Iglesias. Se cumple aquí aquella regla del evolucionismo que reza que los miembros de distintas especies son unos competidores menos directos que los de una misma especie. De ahí que las disputas entre estos últimos sean más numerosas. Al contrario que los dirigentes de Podemos, cuyos colmillos asoman en cuanto abren la boca, Yolanda siempre muestra los suyos limados por una sonrisa virginal y una voz meliflua que recuerda, como ha acertado a mostrar mi amigo Fernando Navarro, la de María Luisa Seco en "Un globo, dos globos, tres globos". Tal vez por ello su capacidad de atracción y de movilización en una época caracterizada por la infantilización y la irresponsabilidad del ciudadano, sea también mayor en estos momentos. Pero nadie debería llamarse a engaño. Luca Constantini viene demostrando aquí mismo desde hace tiempo –y acaba de publicar incluso una monografía sobre el personaje– que, aunque Yolanda se vista de seda, Yolanda Díaz se queda. En otras palabras: esa naturalidad y simpleza con que se comporta oculta un cainismo hecho de traiciones y navajazos del que dan cuenta las hemerotecas políticas y que tarde o temprano volverá a aflorar.
La gran pregunta, con todo, es en qué medida esa estrategia monclovita va a servir para que el PSOE de Pedro Sánchez pueda prorrogar en diciembre su disfrute del poder durante otros cuatro años. O, si lo prefieren, hasta qué punto Sumar va a crecer a costa de Podemos y abstencionistas desencantados, sin que ello vaya en detrimento del suelo electoral socialista. Y es que, de momento, a lo que más se parece el discurso de Díaz es al del propio Sánchez. Eso sí, debidamente edulcorado.