Que en una democracia liberal como la nuestra unos profesores y maestros decidan agruparse bajo la denominación de Docentes Libres tendría que producir no sólo sorpresa, sino también sonrojo. ¿Libres? ¿Acaso no deberían serlo ya, sin más? Deberían. Pero en determinadas partes de España no lo son. No lo son en Cataluña, donde ha nacido la asociación, tampoco en Baleares, y todo indica que en la Comunidad Valenciana, el País Vasco y Navarra, si todavía lo son, llevan camino de dejar de serlo.
El nacionalismo ha recurrido siempre al amedrentamiento para lograr sus fines. Las dictaduras, como es lógico, le han facilitado el trabajo. Piénsese en el fascismo italiano o el nacionalsocialismo alemán, con las consecuencias de todos sabidas. O en el propio franquismo, sin ir más lejos. En un régimen democrático, en cambio, el amedrentamiento nacionalista tiene expresiones mucho más livianas –con la excepción, entre nosotros, del reguero de dolor y de muerte dejado por el terrorismo nacionalista de ETA–. Digamos que aquí el Estado de derecho resiste y esto dificulta hasta cierto punto los propósitos intimidatorios. Pero sólo los dificulta.
En el caso de los docentes que anteayer se presentaron en sociedad, el amedrentamiento resulta de una serie de factores que les impiden ejercer su profesión en la escuela, el instituto o la universidad como la ejercerían en cualquier otra parte de España exenta de nacionalismo. Desde el arranque de la autonomía, Pujol y los suyos tuvieron mucho cuidado en difundir una doctrina según la cual el conocimiento y la práctica de la lengua catalana y de los usos y costumbres del lugar eran una condición necesaria para la integración de cuantos, nacidos en Cataluña o llegados de otras regiones españolas, tuvieran el castellano como lengua materna. E integración significaba, claro está, asimilación. Dicho principio, que los sucesivos gobiernos autonómicos –de derecha o de izquierda, pero siempre nacionalistas– fueron atornillando cada vez más, ha fracasado con estrépito a juzgar por las estadísticas más recientes referidas a los usos lingüísticos. Cuando menos allí donde la libertad no admite otro límite que el que fija el imperio de la ley, o sea, en el ámbito social. Muy distinto es el caso del institucional, dependiente de la Administración autonómica, y, en particular, el de la enseñanza.
El nacionalismo catalán ha convertido el ecosistema educativo en un coto cerrado, en un campo de adoctrinamiento. Pero, a pesar de sus esfuerzos y de las coacciones de las que no se ha privado ni se priva, ese nacionalismo empieza a tener un serio problema. Para que la intimidación funcione, el intimidado debe tener miedo. Y, si no miedo, temor. Debe obedecer, asentir, o, por lo menos, callar. Así ha sido durante décadas, así han reaccionado, hasta hace pocos años, la gran mayoría de los padres, alumnos y profesores afectados por la conculcación de sus derechos ciudadanos, entre los que se encuentra el de recibir una enseñanza también en castellano o impartir la docencia en esta lengua. Muchos recordarán, sin duda, la obscena suficiencia con que los representantes políticos respondían al reclamo de una mayor presencia del castellano en las aulas con el argumento de que sólo uno, cinco, diez, quince familias en toda Cataluña lo habían solicitado, como si se tratase de una cuestión contable y no de la estricta restitución de un derecho hurtado.
Pues bien, ahora, gracias al denuedo con que distintas asociaciones cívicas, y en especial, la Asamblea por una Escuela Bilingüe (AEB), han puesto y siguen poniendo en la representación ante los tribunales de los padres afectados, y gracias a las consiguientes sentencias y resoluciones de esos mismos tribunales, parece que por fin los tiempos, como decía el poeta, están cambiando. La aparición de esos Docentes Libres, cuyo objetivo es reunir en una misma plataforma a maestros y profesores con vistas a coordinar acciones y rentabilizar esfuerzos a fin de que la ley y las disposiciones de la justicia que de ella emanan sean respetadas de una vez por todas, viene a consolidar ese bloque cada vez mejor armado en defensa de la libertad y la igualdad de todos los españoles.
Estoy seguro de que la mayor parte de sus compatriotas, y muy especialmente los residentes en Cataluña, les están profundamente agradecidos.