El esperpento protagonizado el pasado jueves en el Congreso de los Diputados por los Laurel y Hardy de Esquerra Republicana, con el apoyo de una secundaria correligionaria, da idea del grado de perversión y embrutecimiento a que ha llegado la política lingüística practicada por el nacionalismo catalán. Y no por el esperpento en sí, que al fin y al cabo cuenta ya con más de un precedente en el mismo escenario y a cargo de los mismos cómicos. Ni siquiera por el burdo paralelismo establecido en sus efímeras intervenciones entre los centros de enseñanza de una Comunidad Autónoma con dos lenguas oficiales, por un lado, y una institución representativa de la soberanía nacional donde no rige, como es natural, otra lengua oficial que la del Estado, por otro. No, lo que en verdad resulta llamativo de la reacción del catalanismo ejerciente y latente ante los distintos autos del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) que obligan a escolarizar en castellano a los alumnos cuyos padres así lo hayan solicitado, y no en solitario, como unos apestados, sino junto al resto del grupo, es la facilidad con que se implanta la impostura. Cuando gran parte de los partidos políticos y el conjunto de los medios de comunicación públicos o semipúblicos catalanes se preguntan —retóricamente, no hace falta decirlo— si es justo que una clase entera deba cambiar de idioma porque la familia de uno de los alumnos así lo solicita, no sólo están falseando el sentido de los autos del TSJC, sino que convierten la ilegalidad —esto es, el modelo educativo catalán— en el marco de referencia. En otras palabras: no se preguntan si es justo que la clase entera haya sido escolarizada durante más de dos décadas y sin apelación posible en catalán y nada más que en catalán. Es más, ni se les ocurre planteárselo.
Así las cosas, el anuncio de que la Fiscalía piensa actuar contra la consejera Rigau si esta no acata el fallo del Tribunal es una excelente noticia. O la ley vuelve a ser el marco de referencia en España o este país se convertirá —por esa y por otras razones— en un verdadero esperpento.
(ABC, 13 de abril de 2013)