El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido poner el nombre de Vicenç Albert Ballester
a una calle de la ciudad. ¿Que quién era Vicenç Albert Ballester? Pues, al parecer, un profesional del catalanismo político. O sea, alguien sin oficio ni beneficio, pero con patria, como tantos hay hoy en día. El máximo mérito de Ballester, el que le hace merecedor de contar con una calle en esa ciudad que le vio nacer en 1872, es, según dicen, el de haber inventado la bandera independentista, la llamada «estelada» —y que muy bien podría llamarse la «cubana», puesto que fue tras una estancia en Cuba que a Ballester se le ocurrió la idea de añadir el triángulo azul con la estrellita blanca a la «senyera» tradicional—. Ya ven, el Ayuntamiento de la capital catalana no descansa. Tras conceder la medalla de oro de la ciudad a título póstumo al racista Heribert Barrera, ahora se dispone a honrar al inventor de la «estelada» poniendo su nombre a una calle. Serán las estructuras de Estado a que aludió el presidente Mas y que el alcalde Trias va construyendo por doquier.
Pero lo cierto es que no hay mal que por bien no venga. Lo recordaba el jueves por la noche el presidente de Ciutadans,
en el mitin final de campaña. Decía Albert Rivera que habrá que agradecerle siempre a Artur Mas y a cuantos le secundan el que se hayan envuelto en la «estelada» y hayan abandonado la «senyera». O sea, el que se hayan ido con la parte y hayan liberado el todo. En efecto. El nacionalismo no representa más que a una parte de los catalanes, por lo que nunca debería haberse apropiado de la enseña de todos. El nacionalismo es una bandería. Le corresponde, pues, una enseña particular, privativa, excluyente; una enseña que no puede ser la oficial, dado que la oficial es, por definición, común y compartida. Como es el caso de la «senyera» para todos los catalanes, de la española para todos los españoles o de la europea para todos los europeos.
(ABC, 24 de noviembre de 2012)