En su muy instructivo «Tantos tontos tópicos», Aurelio Arteta nos previene contra la falacia del término medio. O, si lo prefieren, contra la supuesta equidistancia entre dos extremos, que no es, la mayoría de las veces, sino una forma de enmascarar la verdad, de negarse a buscarla. Algo así está ocurriendo, a mi modo de ver, con la llamada Tercera España. El concepto, atribuido a Salvador de Madariaga, ha servido para agrupar a aquellos intelectuales que, en el trance de la guerra civil, no estuvieron ni con los unos ni con los otros. Dado que tanto la primera como la segunda de esas Españas enfrentadas a muerte se caracterizaban por su totalitarismo, ya comunista, ya fascista, se ha tendido a incluir en la tercera, no sin razón, a los liberales. Aquí están, por ejemplo, además del propio Madariaga, los Ortega, Marañón o Francisco Ayala. Y también, entre los catalanes, los Pla, Gaziel o Carles Soldevila. Y por más que cada uno de ellos constituya un caso particular, todos tienen en común el silencio. Esto es, el haber callado en esos años de plomo. Por supuesto, no les faltaban motivos, y en especial el deseo de no poner en peligro la vida o la seguridad de sus familiares. Pero la cuestión es que callaron, que renunciaron a seguir ejerciendo de intelectuales. Los únicos que no lo hicieron fueron Manuel Chaves Nogales y Clara Campoamor. Ambos denunciaron, en tiempo presente, con sendos libros, la barbarie de la que venían de ser testigos. Y el primero, acaso por su condición de periodista, fue incluso más allá, pues no cejó de escribir sobre España, y también sobre Europa y el mundo, hasta su muerte —acaecida en Londres en 1944—, sin otro afán que el de defender los valores de la democracia liberal, que era la suya. Por eso, ahora que tanto se habla de su obra y de su ejemplo, creo que deberíamos considerar muy seriamente la existencia de una Cuarta España, aunque entre sus componentes no hubiera más que él.

ABC, 19 de mayo de 2012

La Cuarta España

    19 de mayo de 2012