Dice el consejero de Cultura que la ceremonia de entrega de los premios Gaudí de Cinematografía, que otorga la flamante Academia del Cine Catalán, no le gustó nada, nada, nada, nada. En una palabra: nada. Yo no vi la gala en directo ni en televisión, aunque sí me he tomado la molestia de examinar los diez minutos iniciales del vídeo, y no puedo sino corroborar, sin que sirva de precedente, la opinión del consejero: lo que he visto no me ha gustado nada, nada, nada, nada. Es verdad que lo mío era previsible. Entre los espectáculos que más detesto están los que los cómicos organizan a mayor gloria de los cómicos, llámense Oscars, Goyas o Gaudís —si bien incluso en esto hay niveles, a qué negarlo—. La guasa, el chascarrillo, la sorna, los besos, los abrazos, los lloros, los pasmos, la histeria; todo ello acaba dejando en el escenario y fuera de él una baba de lo más zafia y repelente. Añadan a lo anterior que en el caso español quien paga la fiesta —y mantiene en gran medida a sus protagonistas— es siempre el dinero de los contribuyentes, y comprenderán que la broma tenga para algunos tan poca gracia. Aun así, lo que molestó al consejero no fue nada de eso, sino el que la gala no aportara autoestima al sector. ¿Que qué entiende el consejero por autoestima? Pues, a juzgar por sus palabras, algo así como la obediencia debida. La Generalitat ha hecho un esfuerzo descomunal en los presupuestos para que no salieran perjudicadas las ayudas a los llamados creadores y he aquí que estos se lo agradecen con una gala llena de numeritos donde los políticos aparecen como unos corruptos redomados. ¡Habráse visto! Y, encima, en presencia del presidente de la Generalitat y del propio consejero de Cultura. Si esa tropa se estimara de veras, no mordería la mano del que les da de comer. Parece mentira que no aprendan. ¿O acaso creen que, de no ser por los políticos, habría un cine catalán? Desagradecidos, más que desagradecidos.

ABC, 11 de febrero de 2012.

De gustos y disputas

    11 de febrero de 2012