Semejante razonamiento, sobra decirlo, es el que ha llevado a la enseñanza pública española a lo que es hoy en día, un erial, en la medida en que prescinde de valores como el mérito o la sana competencia entre iguales y los sustituye por un falso igualitarismo justiciero que nada tiene que ver con la igualdad de oportunidades. Es más, al postular que lo importante, para gozar de una beca universitaria, es el bajo nivel de renta y no el rendimiento académico, se está afirmando la inutilidad de todo el sistema educativo anterior, lo mismo obligatorio que postobligatorio. En efecto, ¿para qué esforzarse en el bachillerato si al llegar a la universidad va a producirse una suerte de «tabula rasa» y, en adelante, bastará con aprobatitos raspados y algún suspenso para mantener la ayuda? Y que conste que no estoy diciendo que el nivel de renta no deba contar. Por supuesto que debe. Pero también el rendimiento académico. Como contaban, ¡ay!, en los tiempos del viejo bachillerato, o sea, en los del franquismo y la transición, cuando los estudios eran un mecanismo de promoción social, una oportunidad para los más desfavorecidos, a condición de que tuvieran algo de talento y pusieran todo su esfuerzo en el empeño.
ABC, 18 de febrero de 2012.