Según el DRAE, un «mamarracho» es una persona o cosa defectuosa, ridícula, imperfecta, que no merece respeto alguno. Así pues, cuando el diputado Alfons López Tena
llama «mamarracha» a la diputada Núria de Gispert, cuando se refiere a ella como «la cosa aquesta que presideix el Parlament», no sólo le está faltando al respecto, sino que está rebajándola a unos niveles que atentan contra la dignidad de la persona y de la institución por ella presidida. Por supuesto, no seré yo quien se sorprenda de lo que pueda llegar a proferir el diputado López Tena en cualquiera de sus intervenciones públicas, ni quien discuta a la Mesa del Parlamento la conveniencia de reprobar sus declaraciones. Otra cosa es el origen mismo del conflicto, que está en la decisión tomada la semana pasada por la Junta de Portavoces y consistente en prohibir el uso en sede parlamentaria de la expresión «España nos roba». Una decisión a la que contravino este miércoles Uriel Beltrán, correligionario de López Tena, lo que le valió la amonestación de la presidenta. Y que el propio Beltrán volvió a saltarse anteayer a la torera en otra intervención, lo que condujo al presidente en funciones a retirarle la palabra. Fue entonces cuando López Tena, ya fuera del hemiciclo, reunió a la prensa y se salió de madre.
A mí, que sus señorías traten de mantener el decoro y reprimir determinadas efusiones no me parece mal. Ahora bien, la expresión «España nos roba» —así formulada o en cualquiera de sus múltiples variantes— lleva más de una década instalada en la política catalana. Hoy mismo constituye el principal argumento, de palabra o de pensamiento, de una gran mayoría de nuestros representantes, empezando por la presidenta de la Cámara, en sus demandas de mayores cotas de autogobierno. Así las cosas, ¿tiene algún sentido rasgarse hasta este punto las vestiduras? ¿Acaso no estamos, una vez más, ante ese doble lenguaje, tan de estar por casa?
ABC, 3 de diciembre de 2011.