Lo miro y no salgo de mi asombro. Se mueve. Mejor dicho: late. Por más que la UE y el Ministerio de Fomento lo denominen «Red Transeuropea de Transporte», yo no sé ver en ese mapa ferroviario de España sino uno de aquellos paneles escolares con que nos regalábamos los ojos y la imaginación en nuestros años mozos y en los que aparecía dibujado y pulcramente coloreado un cuerpo humano lleno de venas y de arterias. (Y conste que no me tengo, Dios me libre, por Juan José Millás.) Sí, hay algo animado en ese gráfico que los medios han reproducido con todo detalle. Tan animado, que estoy seguro de que hasta Gaziel se tomaría la molestia de salir de la tumba para comprobar que su península inacabada lleva trazas inequívocas de completarse. Ese Portugal lejano, por ejemplo, unido por fin a España y al resto de Europa por un conducto mucho más irrigante que el viejo Lusitania Express. O esa Cataluña quejumbrosa, siempre pendiente del bombeo de Madrid, que en adelante podrá respirar algo más a sus anchas, lo mismo por el centro que por el lateral. Por no hablar de esa Galicia extrema, tan desgajada, o de ese norte sujeto hasta la fecha a la zarpa del terror y al que tal vez le haya llegado la hora de una digna paz, o de esa Andalucía de todas las penas y todos los bares. Cuando uno observa ese conjunto de vasos sanguíneos por florecer —el mapa, para nuestra desgracia, no empezará a concretarse hasta 2020—, no puede sino concluir que el trabajo está hecho, que el organismo late acompasadamente, que no hay señales de obstrucción, ni mucho menos de ruptura. Es entonces cuando uno cae en la cuenta de que lo anterior existe sólo gracias a Europa, aunque vaya a depender finalmente de la voluntad de los propios españoles. Y cuando se percata de que esas venas y arterias están ahí, ante todo, para que circulen mercancías y sólo, en último término, ciudadanos o, lo que es lo mismo, sentimientos, afectos, razones.

ABC, 22 de octubre de 2011.

La España vertebrada

    22 de octubre de 2011