Hubo un tiempo en que Barcelona era otra ciudad, un tiempo en que alguien llamado Baudilio Ruiz García se hacía llamar, simplemente, Baudilio Ruiz García. A los barceloneses cincuentones, de ese tiempo y esa ciudad apenas nos quedan ya algunas sombras. Pongamos que ambos desaparecieron hace más de tres décadas —una eternidad—. Con todo, yo todavía me acuerdo de que en aquella Barcelona la gente iba con el nombre a cuestas. Así me parieron, así me nombraron. Y si alguno decidía que no, que no le gustaban ni su aspecto ni su denominación de origen, recorría a la cosmética o la cirugía, según sus posibilidades, y a un mote cualquiera. El único caso que conozco de cambio radical es el de Jaume Sisa, que un buen día decidió llamarse Ricardo Solfa. Pero su mudanza identitaria era directamente tributaria de la residencial: dejaba Barcelona para instalarse en Madrid —y hoy en día, retornado a Barcelona, vuelve a ser Jaume Sisa—. Por lo demás, en aquella ciudad las relaciones se establecían en cualquiera de las dos lenguas habladas en el lugar. Y a menudo en las dos. Se impuso por entonces, entre los nacionalistas moderados, una cosa denominada bilingüismo pasivo. Consistía en que el catalanohablante no bajara del burro —o sea, del catalán— por más que su interlocutor se dirigiera a él en castellano. Eso producía en el militante una incuestionable pátina de héroe. Y la cosa no pasaba de allí. A nadie con un mínimo de vergüenza y de sentido del ridículo se le habría ocurrido, por ejemplo, pedir perdón a la concurrencia por replicar en castellano a quien le dirigía la palabra en ese idioma, como hizo el otro día el consejero Boi Ruiz i Garcia, en el Parlamento de Cataluña, tras responder a una pregunta del portavoz de Ciutadans. Pero, claro, eran otros tiempos. La autonomía sólo se incubaba y la mayoría de nosotros estábamos lejos de imaginar que detrás de aquellos Baudilios asomaban ya la patita los Bois de ahora.

ABC, 8 de octubre de 2011.

De cuando Boi era Baudilio

    8 de octubre de 2011