Ha bastado con que el Gobierno de la Comunidad de Madrid tomara ciertas medidas en el campo educativo y su presidenta se permitiera una reflexión en voz alta para que la estrategia de los populares, consistente en no menear los asuntos relacionados con el Estado del Bienestar, se viniera abajo; la de los socialistas encontrara un flanco en el que golpear al grito de «¡que viene el lobo!», y el debate, en fin, se abriera felizmente como un melón. Primero fueron esas dos horas suplementarias que los maestros y profesores madrileños deberán añadir a su carga docente y que figuran, ¡ay!, en sus muy ignorados contratos. Y luego, la víspera misma de la huelga convocada por los sindicatos del ramo para protestar por dicha ampliación, las palabras de Esperanza Aguirre poniendo en duda que toda la enseñanza pública haya de ser, por fuerza, gratuita. Así como la medida tomada por el Gobierno de la Comunidad no requiere discusión alguna, dado que los contratos están para cumplirse, la reflexión de la presidenta madrileña sí merece que se le preste atención. Porque, si lo que Aguirre sugiere es que sólo sean gratuitos los tramos obligatorios, ello conllevaría, por ejemplo, que el Bachillerato dejara de serlo y se convirtiera, pongamos por caso, en una suerte de bienio —o trienio, si se amplía como propone el PP— concertado. ¿Inconvenientes? Que los buenos estudiantes de extracción humilde no pudieran costearse los estudios por falta de recursos, aun cuando el problema se resolvería con una adecuada política de becas. ¿Ventajas? Dos, como mínimo. Por un lado, terminar con todos esos alumnos que repiten y repiten asignaturas perjudicando al resto del grupo y al sistema en general —y, si no terminar, sí reducir al menos su impacto—. Por otro, vincular al estudiante con la inversión familiar, así en los éxitos como en los fracasos, inculcándole un muy necesario sentido del esfuerzo y la responsabilidad. Lo que no sería poco.

ABC, 24 de septiembre de 2011.

El copago educativo

    24 de septiembre de 2011