Ni uno ni otro han logrado su objetivo. Si en octubre de 2009 supimos del fracaso del presidente, esta misma semana hemos sabido del fracaso del ministro. No habrá pacto. Y del mismo modo que el presidente, a pesar del revés olímpico, no vio entonces razón ninguna para presentar su dimisión —aunque sólo fuera la de máximo responsable del deporte patrio—, el ministro tampoco ha expresado ahora en ningún momento su intención de retirarse para volver a los claustros universitarios o, simplemente, a la metafísica. Al contrario, sus primeras declaraciones tras la evidencia de que ese camino de la reforma deberá emprenderlo en solitario —por cuanto ni el PP ni la mayoría de las otras fuerzas políticas están por la labor de acompañarlo— han sido para decir que él seguía. No sólo como ministro, sino como ministro reformador. Vaya, que, si de él depende, las propuestas incluidas en el «Pacto social y político por la educación» presentado el pasado 22 de abril van a aplicarse igualmente.
Veremos. Teniendo en cuenta que estamos ante un programa a diez años vista; que el proceso para alcanzar el tan ansiado consenso, concretado en los 12 objetivos y las 148 medidas del documento, ha dejado un descontento considerable en el campo de la izquierda —en el comunista, por supuesto, pero también en el socialista—, y que, por último, se acercan elecciones de todo tipo, dudo mucho que el ministro vaya a encontrar los apoyos necesarios para llevar a la práctica sus deseos. Lo cual no es una buena noticia, claro. Porque, entre las propuestas de Gabilondo, estaban —o están; no seamos agoreros— algunas tan sensatas como la división del cuarto curso de ESO en dos opciones, la del bachillerato y la profesional; el establecimiento de sistemas generales de evaluación en primaria y secundaria, o la apuesta por una formación profesional de verdad.
Pero, en fin, lo que no puede ser no puede ser. Un pacto suele consistir en una suerte de término medio entre dos posturas distintas y distantes. El problema surge cuando una de esas posturas —la gobernante, en este caso— se ha alejado tanto del «juste milieu» que toda aproximación entre las partes, en vez de situarnos en un punto más o menos equidistante, nos sigue decantando hacia el extremo en que ya nos hallábamos. Así las cosas, es muy difícil que el otro quiera seguir jugando.
ABC, 8 de mayo de 2010.