Calculo que sería allá por la primavera de 2007. El Institut Catalunya Futur, franquicia de FAES en la región, me había invitado a participar en un seminario sobre el bilingüismo y allí estaba yo, dispuesto a echar una mano a la institución y algo de luz, en la medida de mis posibilidades, en las cabezas de los asistentes. Una vez terminado el seminario, uno de aquellos cuadros intermedios del Partido Popular, creo recordar que de la provincia de Lérida, me cogió aparte y me contó sus penas. Literalmente. Me contó lo duro que era dedicarse a la política en su tierra, el vacío al que le sometían sus colegas por su filiación política, el extrañamiento del que era víctima por pertenecer a un partido “de fuera”. El hombre quería que le considerasen tan catalán como los demás y aspiraba a que, con el liderazgo de Josep Piqué, los tiempos en que Alejo Vidal-Quadras guiaba los destinos del PP regional hubieran quedado definitivamente atrás.

Este Partido Popular es el que, mutatis mutandis, pretende reponer al parecer Alberto Núñez Feijóo. El del acoquinamiento, el que acepta sin rechistar su carácter subsidiario, el que pide perdón por existir, el que considera normal tener en Cataluña un discurso y una actuación comprensivos, y por tanto cómplices, con el nacionalismo. Si bien se mira, entre este PP de otro tiempo y el PSC, sea el de ahora o el de siempre, no habría grandes diferencias. En todo caso, ninguna que pudiera molestar al establishment nacionalista.

Esta debería ser razón suficiente para que la dirección del Partido Popular ratificara a Alejandro Fernández como candidato a la Presidencia de la Generalidad en las elecciones del próximo 12 de mayo. Pero es que además está su labor parlamentaria. Dudo que haya hoy mejor orador en la Cámara catalana. Su claridad expositiva, su solidez argumentativa y su indiscutible brillantez van unidas a una defensa del Estado de derecho y una denuncia desacomplejada del nacionalismo que lo convierten, con toda certeza, en el principal representante político del constitucionalismo catalán. Yo no sé si al Partido Popular le conviene semejante perfil, aunque me gustaría creer que sí. Lo que sí sé es que en estos momentos a los ciudadanos de Cataluña, y a los de España en su conjunto, su nominación como candidato les vendría como agua de mayo.

Todas las encuestas señalan que el PP va a incrementar de forma considerable su representación en el Parlamento autonómico, hasta el punto de convertirse en el primer partido de la oposición. (Se entiende, supongo, que ni ERC, ni PSC, ni Junts pueden considerarse oposición; gobiernen o no gobiernen, su contrastado nacionalismo se lo impide.) De hecho, los populares están destinados a ocupar el espacio ideológico de Ciudadanos. Y si finalmente ambas formaciones no alcanzan un acuerdo para concurrir a los comicios, es decir, si Cs no acepta las condiciones que le impondrá, seguro, el PP, la designación de Alejandro Fernández como candidato sería sin duda un verdadero golpe de gracia para el partido heredero de aquellos quince intelectuales que en 2005 llamaron a fundarlo. Claro que el que no se consuela es porque no quiere: tampoco el PP actual, con Fernández al frente, habría llegado hasta donde ha llegado de no haber bebido su presidente regional, entre otras fuentes, de aquel manifiesto fundacional y no haber demostrado Ciudadanos a lo largo de los últimos años con sus actos que se podía plantar cara al nacionalismo y recoger los frutos en forma de votos.

Estos días la gran mayoría de las asociaciones constitucionalistas del lugar se han pronunciado en las redes sociales a favor de la candidatura de Alejandro Fernández. También muchos particulares, afiliados o no al PP catalán. Según ha trascendido, un 70% de las agrupaciones del partido le dan asimismo su apoyo. Ahora sólo falta que en la sede de Génova antepongan el interés general y los principios al interés que pueda tener la dirección popular con vistas a un futuro no muy lejano. Lo contrario sería incomprensible.