Lo de Sergio Fidalgo tiene que ser duro. Por un lado, Fidalgo es espanyolista –sí, con “ny” de RCD Espanyol–, pero no un simple aficionado, sino un emprendedor de base, un fundador y gestor de peñas blanquiazules; en una palabra, alguien comprometido desde hace décadas con un club de fútbol que en los últimos tiempos no levanta cabeza. Por otro, Fidalgo es periodista y, como tal, lleva ya un puñado de años denunciando y combatiendo el nacionalismo: ha publicado varios libros de entrevistas a representantes del constitucionalismo catalán –el más reciente, TV3, el tamborilero del Bruc del ‘procés’– y en 2017 fundó el digital elCatalán.es, uno de los pocos islotes donde resguardarse en la ciénaga de la prensa del editorial único generosamente regada con dinero público.

Pero Fidalgo por fortuna resiste. Y el otro día se hizo eco en elCatalán.es de un artículo aparecido en la revista Entreacte –perteneciente a la Asociación de Actores y Directores Profesionales de Cataluña y subvencionada, faltaría más, por los cuatro costados institucionales– y que trataba de la última obra de Els Joglars, ¡Que salga Aristófanes! Permítanme, antes de referirme al artículo que hace al caso, una pequeña digresión. He visto casi todas las obras de la compañía, cuando la dirigía Albert Boadella y ya con Ramon Fontserè de director, pero no he visto ¡Que salga Aristófanes! La explicación es hasta cierto punto sencilla. Desde hace años soy víctima, en lo tocante al teatro, de la insularidad. En las salas de la red pública de Baleares no se representan, salvo alguna excepción, más que obras ideológicamente afines al nacionalismo de izquierda. Sólo en el teatro privado se dan otras opciones teatrales, y de uvas a peras. De ahí que para ver una obra de Els Joglars o de Albert Boadella deba producirse una especie de conjunción astral entre un viaje programado a Madrid o Barcelona y la presencia de la obra en cuestión en la cartelera. Para mi desgracia, demasiado a menudo no es el caso.

Pero volvamos al artículo de Entreacte, firmado, por cierto, por el director de la revista, Manuel Pérez i Muñoz. La tesis no puede ser más burda, pero refleja estupendamente cómo funciona una cultura nacionalista. Según el autor del artículo, Els Joglars, que “se han colgado la medalla de compañía en activo más longeva de Europa” –lo cual es matemáticamente indiscutible, pues el año pasado celebraron su 60 aniversario y siguen pisando la escena–, son ya pasado. Un pasado que es “historia viva del teatro catalán” y que terminó con el “autoexilio impuesto por Albert Boadella”. El autor del texto no alude a las circunstancias que ocasionaron ese exilio supuestamente voluntario, dando a entender que se debió a una decisión inmotivada del propio fundador de la compañía. Así, no habla para nada, tal vez por pura ignorancia, del boicot al que la cultura y las instituciones catalanas sometieron el estreno en Barcelona de En un lugar de Manhattan en enero de 2006. Ni al hecho de que ese vacío institucional, completamente insólito hasta entonces en una noche de estreno del Teatre Lliure, se produjera, mira por dónde, medio año más tarde de la publicación del manifiesto que dio origen a Ciudadanos y del que Boadella era uno de los quince firmantes.

El artículo indica, por lo demás, que ese retorno de la compañía a los escenarios barceloneses –un falso retorno, como subraya elCatalán.es, puesto que la producción anterior de Els Joglars, Señor Ruiseñor, ya se había representado en el mismo local en 2021– se ha hecho “por la puerta trasera” y en el “comercial” Teatro Apolo, con lo que se realza, como cabe esperar en una revista corporativa dependiente del dinero del contribuyente, el carácter bastardo del teatro privado en relación con el público. Pero allí donde la opinión Pérez i Muñoz enseña resueltamente la patita es en la parte relativa a la libertad de expresión. Para el articulista, ¡Que salga Aristófanes! cojea cuando recurre a una serie de exabruptos “contra una supuesta nueva era inquisitorial y puritana” que “puede rozar incluso el delito de odio con un gag xenófobo que simplifica el islam como defensa del burka”. A su juicio, esos recursos lo son todo menos una defensa de la libertad de expresión: “Parece que ignoren o poco importe a Els Joglars de ahora la judicatura politizada, las mordazas a la prensa o a los artistas perseguidos y encarcelados; eso no entra en las fronteras de su denuncia parcial y escorada hacia un discurso derechista sordo, ideología sin diálogo”, un discurso que unas líneas más arriba ha calificado de “reaccionario” y que, según él, “hará las delicias de los votantes de Vox”.

La historia de Els Joglars, esos 60 años de existencia tan justamente celebrados, constituye una defensa permanente de la libertad de expresión o, lo que viene a ser lo mismo, una confrontación sistemática con el poder, siempre interesado en maniatar, cuando no en cancelar, dicha libertad. Que ese poder adopte una forma u otra es lo de menos. Lo importante es comprobar el efecto que produce sobre el statu quo del lugar la sátira representada en el escenario. Y en este caso, vista la reacción del altavoz del gremio en Cataluña, parece que una vez más los juglares han dado en el clavo.

Pd/ Una vez terminado este artículo, leo en elCultural.es que el tal Pérez i Muñoz ha publicado en El Periódico de Catalunya una crítica de ¡Que salga Aristófanes! en la que abunda, al parecer, en los argumentos expuestos ya en la pieza de Entreacte, a los que añade unas dosis de odio perfectamente compatibles con la libertad de expresión. Teniendo en cuenta que el medio en cuestión recibe, como todos los editados en catalán, su correspondiente dosis de dinero público, es de justicia reconocer que, en Cataluña al menos, el odio y las subvenciones son las dos caras de una misma moneda.