“La particularidad nacional es lo que queda de una cultura después de haber suprimido el esfuerzo personal de pensar.” Estas palabras que Mihail Sebastian pone en boca de uno de los personajes de su novela Desde hace dos mil años, publicada en 1935 y en cierta medida autobiográfica, bien pudieran haber servido hace algo más de tres lustros para enmarcar el nacimiento de Ciudadanos (Cs) y Unión, Progreso y Democracia (UPyD). Y no sólo porque ambos partidos surgieron de sendos manifiestos suscritos por intelectuales –o sea, por personas a las que se supone una querencia por la reflexión–, sino porque en la fundación de cada una de esas fuerzas políticas estaba muy presente la necesidad de plantar cara de una vez a los nacionalismos catalán y vasco, respectivamente. Dicho de otro modo: por entonces, lo mismo en Cataluña que en el País Vasco, las filiales de los dos grandes partidos nacionales habían desistido de luchar, con el beneplácito de sus mayores, contra una cultura política, la del particularismo del lugar, caracterizada por su oquedad, por su renuncia a ejercitar el pensamiento crítico, por su sumisión gregaria a un ideal colectivo en detrimento de la libertad individual. Cs y UPyD nacieron, pues, con la voluntad de llenar este hueco y devolver a la ciudadanía, mediante propuestas vinculadas con la gestión de la realidad y sus problemas y la denuncia de toda clase de corrupciones, empezando por las del propio sistema, su verdadera razón de ser. Y ello tanto en las comunidades autónomas donde ambas formaciones surgieron como en el resto de España.
En qué ha parado hoy en día esa voluntad regeneradora es difícil saberlo. Lo que sí sabemos es en qué ha parado cada partido. UPyD se disolvió en diciembre de 2020, lastrado por las crisis y las purgas y después de cinco años de persistente agonía electoral. En cuanto a Cs, sigue ahí, representado en no pocas instituciones, aunque las crisis y las purgas, por un lado, y los vaticinios demoscópicos de cara a las próximas elecciones autonómicas, locales y generales, por otro, tienden a situarlo en una coyuntura muy similar a la de la formación nacida en el País Vasco. Si no en la disolución misma, sí en la irrelevancia, lo que para una fuerza política viene a ser prácticamente lo mismo. Lo cual –visto con ojos alejados de cualquier interés partidista, pero no de un interés llamémosle general consistente en considerar que una formación provista de un ideario y un programa como el que tuvo UPyD y tiene aún Ciudadanos es más necesaria que nunca en España a tenor de la oferta política presente– resulta bastante descorazonador. Sobre todo si uno repara en que el inicio del derrumbe de UPyD tuvo al menos como compensación el auge de Cs, que fue incorporando cuadros y sumando electores procedentes del partido liderado por Rosa Díez sin reparo alguno, mientras que el actual desplome electoral de las huestes de Inés Arrimadas no parece que haya engrosado ni vaya a engrosar ninguna fuerza política de nuevo cuño con un patrón asimilable al de Cs y, por extensión, a UPyD.
¿Tiene sentido, en estas circunstancias, seguir votando a un partido como Ciudadanos? Evidentemente, la respuesta dependerá de lo que cada ciudadano asocie al acto mismo de votar. La decisión del elector es libérrima, faltaría más, y del mismo modo que nadie puede afearle que opte por unas siglas determinadas y no por otras, tampoco se le puede recriminar que recurra al voto en blanco, al nulo o que simplemente se abstenga de presentarse en el correspondiente colegio electoral. Si nos ceñimos a unos comicios legislativos y al caso de quien ha votado hasta la fecha a Cs y se encuentra presa del desaliento, se produce además una distinción significativa. En lo que denominamos la derecha existen dos votos refugio para esos desencantados: el del PP por su componente liberal, y también, aunque menos, el de Vox por su radicalidad frente al separatismo. Pero ¿y en la parte izquierda del tablero? Ni en el PSOE de Sánchez ni en Podemos o sucedáneos parece existir cobijo para ellos. Por no hablar de los distintos nacionalismos periféricos. ¿Qué van a hacer, por tanto, todos esos socialdemócratas a los que votar al PP les ha dado siempre repelús y que habían hallado en Cs un lenitivo a la deriva de Sánchez? ¿Qué van a hacer ante el dilema de volver a votar al partido naranja, aun sabiendo que el rendimiento de la papeleta puede ser cero, o, por el contrario, votar en blanco o quedarse en casa? ¡Menudo calvario el suyo!