Con los años, uno entra en la edad de las relecturas. Por supuesto, ello no significa que de repente uno deje de leer lo que se escribe y se edita hoy en día, como si ninguna novedad mereciera ya la pena. Pasa tan solo que el reloj de la vida va marcando las horas y uno no quiere privarse del placer de volver sobre determinadas lecturas con las que disfrutó en sus años más o menos mozos. Se da incluso el caso, como me ocurrió a mí hace un par o tres de semanas con la interesante biografía de Camba que Francisco Fuster acaba de publicar (Julio Camba. Una lección de periodismo, Fundación José Manuel Lara), en que se produce una conjunción entre lo nuevo y lo viejo. Digamos que lo primero lleva a lo segundo, aunque, puestos a ser sinceros, yo a Camba, como a Pla, los leo y los releo desde hace décadas, con una devoción similar a la de esos creyentes que leen y releen, antes de acostarse, un fragmento del ejemplar de la Biblia que guardan en el cajón de su mesilla de noche.
Pero a lo que íbamos. En su biografía Fuster alude a un artículo de Camba escrito durante su estancia en Londres como corresponsal de El Mundo, publicado a finales de 1911 y titulado “Las suffragettes. Feminismo con pantalones”. El artículo lo leí hace años, como el resto de su producción londinense de entonces, pero lo cierto es que lo había olvidado y gracias a la referencia del biógrafo he vuelto a él. Trata, como el título ya da a entender, del movimiento sufragista y, en especial, de la radicalización que estaba experimentando en Estados Unidos –donde la obtención de un triunfo electoral había llevado a las mujeres a vestirse de hombres, esto es, con pantalones– y, en menor medida, en Inglaterra. Al respecto, Camba consideraba que “en el fondo, las feministas no quieren otra cosa más que suplantar, sustituir al hombre. No hay nada menos femenino que el feminismo. El feminismo es un ideal que pudiéramos llamar masculinista. Todas estas mujeres son varoniles. Su mayor vanidad consiste en decir que ellas son tan capaces como los hombres de echarse a la calle y de realizar actos de violencia. Al feminismo le falta dulzura, morbidez, simpatía. En una palabra, le falta feminismo”.
Ha llovido mucho desde que Camba escribió este artículo. Ha llovido un larguísimo siglo, en el que las mujeres –cuando menos en el llamado primer mundo– han progresado una enormidad en derechos, empezando por el del sufragio, hasta el punto de que hoy en día la igualdad efectiva entre sexos es, con alguna que otra disfunción que el tiempo irá solventando, un hecho. Y en ello ha tenido mucho que ver el feminismo, sin duda. Pero no el feminismo como algo monolítico, como un movimiento, sino el de aquellas mujeres que han luchado a favor de esa igualdad de derechos y de oportunidades sin recurrir a la victimización de su propio sexo, sin prestarse a la degradante política de cuotas en el ámbito público, sin echar mano del lenguaje políticamente correcto ni, en general, de eso que se conoce como “perspectiva de género”. O sea, el de que aquellas mujeres que han predicado con el ejemplo al margen de ideologías y movimientos.
Ahora que el empecinamiento del movimiento feminista en negar la biología y sustituirla por un constructo cultural denominado género ha alcanzado ya su último estadio con la ley del sólo sí es sí y, sobre todo, con la ley trans y su autodeterminación de género desde casi la mismísima cuna, hasta el punto de abrir una brecha considerable en el seno del movimiento y del principal partido de izquierda que le presta su apoyo; ahora que ello ha derivado en actos de censura a la libertad de expresión en recintos universitarios como los sufridos de forma reiterada por los profesores Pablo de Lora y Javier Errasti –el más reciente, la semana pasada en la Complutense madrileña, donde páginas de libros suyos críticos con la ley trans han servido, una vez emborronadas con insultos e incluso amenazas de muerte, para empapelar las paredes de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología–; ahora que el desvarío, en fin, parece no tener límites, quizá no esté de más volver a aquella reflexión de Camba de hace más de un siglo y a su convencimiento de que “en el fondo, las feministas no quieren otra cosa más que suplantar, sustituir al hombre”.
Puede parecer una boutade, puro ingenio malicioso. Pero, como escribió Arcadi Espada, con Camba es casi un imperativo andarse con cuidado. Al fin y al cabo, fue el propio periodista gallego quien avisó en 1913, en su crónica de presentación a los lectores de Abc, de que no había que tomarle nunca completamente en serio. “Ni completamente en serio ni completamente en broma”, añadió al punto.