Estos últimos días, a raíz sobre todo del resultado de las legislativas italianas, que venía a sumarse al de las celebradas en Suecia semanas antes, se ha vuelto a hablar con insistencia del extremismo de derecha. Meloni tiene la culpa, se ha dicho, como antes la tuvo Akesson. No hace falta añadir, supongo, que quienes la tienen, si culpa hay, son quienes les han votado y permitirán con sus votos, sumados a los logrados por el resto de los partidos conservadores –y en Suecia incluso por el liberal–, que en cada uno de estos países el futuro gobierno tenga un color distinto del actual. No me propongo abordar en este artículo las razones de esa marea conservadora que poco a poco va inundando Europa; otros lo han hecho ya aquí mismo y con manifiesta solvencia. Lo que me interesa es tratar de un extremismo al que no suele prestarse atención.
Al día siguiente de las elecciones italianas, los periódicos de izquierda aludían a la victoria de “la ultraderecha”, de “la ultraderechista Meloni” y había incluso alguno que, sin cortarse un pelo, atribuía el triunfo al “fascismo”. Los de derecha o de centroderecha eran más ponderados: hablaban del “bloque de derechas”, de “la derecha con Meloni a la cabeza” o de “la derecha dura”. Hasta aquí lo esperable. ¿Pero habría ocurrido algo parecido, aunque a la inversa, en caso de que la victoria se la hubiera llevado el Movimiento 5 Estrellas? ¿Habríamos leído titulares en los que figurara el término “extrema izquierda” o “ultraizquierda”? Lo dudo. Y es que, así como el extremismo de derecha sigue acarreando el sambenito de franquista, el de izquierda cuenta con una especie de indulgencia plenaria o, cuando menos, parcial, por comunista o antifranquista que sea o haya sido.
Pero tampoco es a ese extremismo de izquierda al que quiero referirme, sino a uno más sibilino y oculto, el extremismo de centro. Lo definía no hace mucho el politólogo Pierre-André Taguieff, siguiendo a Seymour Martin Lipset, con estas palabras: “Instalarse confortablemente en el centro, pretender ocupar la posición del moderado o encarnar el término medio, es la gran artimaña de quienes aspiran a poder erigirse en jueces supremos del Bien y del Mal, de lo respetable y de lo intolerable. La postura del término medio, que pretende encarnar la normalidad en política patologiza cualquier oposición e instaura la tiranía dulce de los seudomoderados, que denuncian y condenan a los disidentes con buena conciencia”. Como ven, ese centro aquí descrito nada tiene que ver con el ideario de una formación política. No es el de Ciudadanos, para entendernos, único partido que se reclama y se define hoy en España como de centro. Se trata más bien de una posición estratégica en relación con los extremos del tablero político. O sea, con respecto a los extremismos más o menos declarados. Es la posición que está adoptando el PSC en Cataluña –y también, si se tercia, en el resto de España–, sin renunciar por ello a su ideología de izquierda y nacionalista.
Piensen, por ejemplo, en la noticia de este lunes que daba cuenta de las gestiones de Miquel Iceta para influir en el discurso del Rey del que se acaban de cumplir 5 años. Aquello de incluir unas palabras en catalán, no vaya a resultar que los catalanes catalanohablantes no se sientan representados por el jefe de un Estado cuya única lengua oficial es el castellano y que viene en su ayuda en pleno proceso de golpe de Estado independentista. O piensen en el silencio culpable de Salvador Illa cuando Alejandro Fernández, el líder del PP catalán, le afeaba en el Parlamento autonómico la responsabilidad de su partido en el incumplimiento contumaz por parte del Gobierno de la Generalidad de la sentencia judicial del 25% de español en las aulas. O piensen, como anticipación incluso, en la obscena satisfacción que les puede llegar a producir a Iceta, Illa y compañía un eventual abandono de las huestes de Puigdemont del ejecutivo que todavía comparten con ERC. Ellos, los socialistas catalanes, los moderados, los equidistantes, los centrados, los garantes de la normalidad, los jueces supremos del Bien y del Mal.