Quizá no esté de más recordar, en los tiempos que corren, que no todos los contagios son indeseables. La risa se contagia, también la alegría. E incluso puede contagiarse, si la educación acompaña, la lectura. No recuerdo ya quién decía que la costumbre de leer el periódico se adquiría de niño, siempre y cuando en casa tuvieran también la costumbre de comprar y leer un periódico. Y con los libros pasaba otro tanto. No es raro, pues, que Manuel Chaves Nogales (1897–1944) se contagiara tan pronto. Hijo y sobrino de periodistas, lo raro hubiera sido que siguiera otra senda. Y a la lectura del periódico le sucedió pronto la escritura. Del afán por informarse al afán por informar informándose. Y como ese afán no conoce límites, a su Sevilla natal le siguieron –el gran periodismo de entonces era inseparable del viaje– Madrid, España y Europa, hasta los mismísimos confines del Cáucaso.
Así construyó Chaves su saber a lo largo de casi medio siglo –el más revuelto y sanguinario, sin duda, de nuestra historia moderna–. A pie de obra. Pisando la calle, hablando con la gente, observando y escuchando. Contando y andando, hubiera dicho él. Y contagiando ese saber a los demás, a sus contemporáneos. Pero no sólo a través de su escritura. Cuando se habla de su legado se olvida a menudo la otra parte de su labor periodística. Me refiero a la obra que inspiró como arquitecto de dos publicaciones de aquel primer tercio de siglo XX: Heraldo de Madrid, donde ejerció como redactor jefe, y sobre todo el diario Ahora, al que concibió, amamantó y guio hasta que el estallido de la barbarie fratricida le llevó a emprender el camino del exilio.
Ahora ese contagio ha adquirido nuevas y prometedoras formas. Coincidiendo con los meses finales de nuestro primer año pandémico, Andalucía le rindió un homenaje. No fue el primero, ciertamente, pero este presentó una magnitud insólita y unos trazos singulares. Recapitulemos: una nueva edición de su Obra completa, a cargo de Ignacio F. Garmendia, que también se ha responsabilizado de la edición de En tierra de nadie, una antología de sus artículos, narraciones y crónicas; una exposición dedicada a su figura y su obra, a la que acompaña un catálogo, Cuadernos y lugares, de cuya coordinación y edición se ha encargado Charo Ramos; y, en fin, un cuaderno didáctico, Democracia y periodismo, del que ha tenido cuidado Juan Antonio Rodríguez Tous. De ese magno esfuerzo, que ha supuesto un magnífico trampolín para el conocimiento en Andalucía y en el resto de España del legado de Chaves Nogales, merece la pena destacar asimismo no sólo la colaboración entre el mundo editorial –Libros del Asteroide ha editado la presente Obra completa del escritor– y el institucional –la Diputación y la Universidad de Sevilla han contribuido de forma diversa a su edición, mientras que del resto de las publicaciones mencionadas se ha ocupado la Junta de Andalucía–, sino también la convergencia en un mismo proyecto cultural de instituciones que están gobernadas hoy en día por formaciones de distinto color político. Hasta aquí alcanzan las bienandanzas que ha traído ese homenaje.
Pero hay que hablar de las impresiones. Mejor dicho, de las impresiones que procuran las impresiones. Ignacio F. Garmendia, en su “Nota a la edición” de la Obra completa, insiste en que el conocimiento que pueda tenerse hoy de Chaves y su legado –y ese conocimiento incluye, claro, en primerísimo lugar el goce que depara la lectura de sus libros y artículos– ha sido una tarea coral y acumulativa, que arranca con la pertinaz y benemérita labor de rescate llevada a cabo hace tres décadas por Maribel Cintas, coincidente en su pionerismo con la emprendida en otra dimensión por Andrés Trapiello y Abelardo Linares, y cuyo sedimento último –es un decir, pues siguen y seguirán surgiendo inéditos de Chaves– es la propia edición de esa nueva Obra completa. No le falta razón. De hecho, muchos de esos contribuyentes tienen voz, ya como articulistas, ya como entrevistados, en el hermosísimo catálogo Cuadernos y lugares coordinado por Charo Ramos –cuya voz, por cierto, también está ahí–.
Si la labor de edición de un escrito cualquiera –y no digamos ya de unas obras completas que suman más de tres mil quinientas páginas con cerca de setenta artículos inéditos en volumen– consiste a grandes rasgos en ejercer de lazarillo del lector a través de la maleza del texto, justo es reconocer que el editor ha sobresalido en la empresa. Sus notas a la Obra completa, empezando por la general a la edición y terminando por la más nimia a pie de página –y sin olvidar las redactadas para la antología En tierra de nadie–, son modélicas. Sitúan, precisan, desmienten, amplían, remiten, recuerdan, observan, reflexionan; en síntesis, componen por sí mismas una suerte de obra menor de la que en adelante ningún lector de la obra de Chaves debería privarse.
Es el propio Garmendia quien insiste en más de una ocasión en el poder de atracción de la escritura del periodista sevillano. En su transparencia, en su riqueza, en su singularidad. Y quien le concede, junto a su ejemplar trayectoria en defensa de la libertad y de la democracia, reflejada en el conjunto de su obra, un papel de primer orden en el monumental ensanchamiento de su público lector. En el fondo, si bien se mira, son las dos caras de una misma moneda. Ahora sólo falta que ese contagio de Chaves Nogales –y, en este sentido, la publicación del cuaderno didáctico Democracia y periodismo constituye una excelente iniciativa– se propague cuanto antes por las aulas de España. Que es como decir que impregne también nuestro futuro.
(Letras Libres, marzo de 2021)