El otro día Carmen Calvo me bloqueó. Para los legos en el código Twitter, aclararé que ello acarrea que un servidor, que leía con verdadero interés cuanto publicaba la vicepresidenta primera del Gobierno en esa red social, ya no puede seguir haciéndolo. También precisaré que se suele recurrir al bloqueo para no tener que aguantar los insultos y las amenazas de otros usuarios, en general embozados en el anonimato. No era mi caso. Ni soy de los que llevan máscara o mascarilla cuando escribe –y lo mismo da que lo haga en Twitter que en cualquier otra parte– ni soy de los que insultan o amenazan. Aunque es verdad que eso último, por objetivable que sea, no depende sólo del parecer de uno. Hoy en día la gente –y en especial la perteneciente al género militantemente femenino– tiene la piel mucho más fina que años atrás, por lo que cabe la posibilidad de que haya quien se sienta insultado o amenazado sin que haya existido siquiera insulto o amenaza.
Sea como fuere, mi interés por la escritura de Carmen Calvo ha sido siempre meramente filológico. Como lo es el que tengo por su forma de hablar. La vicepresidenta posee una vena creativa, en lo referente al lenguaje, que ya quisieran para sí tantos literatos. De ahí que los versados en filología –es un poco mi caso– no podamos contenernos y convirtamos todos y cada uno de sus enunciados en objetos de estudio. No en el mismo sentido que los de su correligionaria y compañera de gabinete, la indescifrable María Jesús Montero, pero sí como posibles componentes de una firme y sostenida aportación al acervo popular. Se entenderá, pues, que yo fuera un fiel seguidor de lo que ella escribía en Twitter.
Habrá quien objete, claro, que los medios de comunicación ya acostumbran a reproducir sus palabras, aunque sólo sea por el altísimo cargo que ocupa, y que, en consecuencia, no se me ha privado completamente de ellas. Sin duda. Pero quien así discurra convendrá también en que no es lo mismo una declaración oficial que el comentario que Carmen Calvo Poyato, doblada incluso de vicepresidenta del Gobierno, haga en su cuenta de Twitter. A mí me interesan unas y otras, y ahora debo conformarme, qué remedio, con las primeras. ¿Tiene derecho la vicepresidenta primera a obrar así con un ciudadano que no la ha insultado ni amenazado en las contadas acotaciones que ha puesto a sus comentarios? A juzgar por las reglas del juego –en Twitter uno puede bloquear a quien le dé la gana, sin necesidad de explicaciones–, supongo que sí. Pero no me negarán que resulta algo feo, democráticamente hablando, que toda una vicepresidenta primera del Gobierno de España bloquee a un humilde ciudadano de a pie sólo porque le disgusta –entiendo que ese y no otro debe ser el motivo– lo que él opina sobre sus asertos.
A no ser que lo mío, lejos de constituir un caso particular, tenga una envergadura mucho mayor. En otras palabras: que no se trate de un simple bloqueo, sino de uno entre muchos bloqueos. Sería conveniente saber, en aras de la transparencia a la que está obligado cualquier servidor público y no digamos ya una vicepresidenta del Gobierno de España, si Calvo la ha emprendido con otros usuarios que tampoco la habían insultado o amenazado. Porque, en tal caso, mucho me temo que no estemos ante una decisión personal de Carmen Calvo Poyato, sino ante la cadena de acciones previstas en la estrategia de los niveles del “Plan de actuación contra la desinformación” que el Consejo de Seguridad Nacional, dependiente del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática cuya titular es la propia vicepresidenta, aprobó en su reunión del pasado 6 de octubre. Me refiero, en concreto, a la que habla de la “adopción de medidas con arreglo al marco” (nivel 3), que resultaría de la “propuesta de posibles medidas de mitigación” del impacto (nivel 2), fruto a su vez de la “monitorización y vigilancia” (nivel 1) a la que habríamos sido sometidos.
Y así las cosas, queridos lectores, si ustedes son usuarios de Twitter ya pueden ir recogiendo.