Dicen quienes entienden de esto que la democristiana Annette Schavan tiene los días contados como ministra de Educación de Alemania. La Universidad Heinrich Heine de Düsseldorf
le ha retirado su título de doctora después de que el Consejo Académico de la Facultad de Filosofía resolviera que la tesis con que lo obtuvo en 1980 estaba llena de plagios, y no parece que la canciller Angela Merkel vaya a tardar mucho en retirarle también la dignidad de ministra —o en rogarle que presente su dimisión, que para el caso es lo mismo—. Si ya hizo lo propio en 2011 con su ministro de Defensa
Karl-Theodor zu Guttenberg, ¿cómo va a permitir ahora que la titular de Educación —sí, de Educación, precisamente— siga en el cargo? Lo que no significa, por supuesto, que todos hayan actuado igual en parecidas circunstancias. Sin movernos de Alemania, ahí está el ejemplo de los eurodiputados
Silvana Koch-Merin y
Jorgo Chatzimarkakis, ambos del partido liberal, a los que también pillaron con las manos en las obras ajenas y no por ello han renunciado al escaño. Claro que no es lo mismo un escaño que un ministerio. Ni que una presidencia de un país, como la que el húngaro Pal Schmitt tuvo que abandonar hace un año al descubrirse que su tesis era cualquier cosa menos original.
Sobra decir que todas las denuncias que han llevado a la revocación de esos títulos de doctor se han dado gracias a la red y a las posibilidades que esta ofrece de comparar, mediante un «software» adecuado, infinidad de textos. Siendo así, no deja de sorprenderme que en España, donde existe tanta afición a la red y a la denuncia, no haya surgido aún ningún caso. Será que no se estila, eso de un político con tesis doctoral. O que la posesión de una tesis, en un currículo cualquiera, vale menos que nada. Aunque, si bien se mira, puede que todo se reduzca a una simple cuestión de economía: en efecto, ¿para qué perseguir a plagiarios si, una vez descubierto el pastel, aquí no dimite ni Dios?
(ABC, 9 de febrero de 2013)