Esta mañana, si la autoridad no lo impide, tendrá lugar en Barcelona
un acto unitario. Lo convocan Ciutadans, la Asociación por la Tolerancia, Convivencia Cívica Catalana y Ágora Socialista, y cuenta con la adhesión de numerosas entidades de toda España y con la presencia, postrera pero oportuna, de un representante del Partido Popular de Cataluña —de la presencia de UPyD, que también ha sido invitada a participar, nada se sabe a estas alturas del artículo—. Esa clase de actos no son habituales por estos pagos. No lo son, a menos que quien los ampare sea el poder mismo y quien los promueva, alguna de esas asociaciones amamantadas con raudales de dinero público que sirven principalmente para que los gobernantes autonómicos y sus adláteres se ahorren el trabajo sucio y puedan presumir de la existencia de una sociedad civil. Sobra decir que, en este terreno, la transversalidad del catalanismo facilita mucho las cosas. Más complicado resulta alcanzar un movimiento unitario cuando no media el nacionalismo. O sea, cuando lo que tenemos es lo más parecido a una verdadera sociedad civil: un conjunto de hombres y mujeres, agrupados según sus intereses y voluntades, sin más ataduras que las inherentes a su condición de ciudadanos y dispuestos a intervenir en la arena pública en defensa de sus derechos. De ahí el mérito del acto de hoy. Y de ahí la importancia de que se repita en tantas ocasiones como sea necesario. Añadan a lo anterior que los ciudadanos que hacen al caso van a congregarse para reclamar algo tan elemental, tan comprensible, tan razonable como la instauración de una escuela bilingüe en una Cataluña bilingüe. O, lo que es lo mismo, el cumplimiento de los preceptos constitucionales y de cuantas sentencias del Tribunal Supremo obligan al Gobierno de la Generalitat a acatar de una vez por todas la ley. Lo que significa que esos ciudadanos van a congregarse para hacer valer sus derechos. Y su dignidad.
Que no decaiga.
ABC, 21 de abril de 2012.