Allá por 1969, Jordi Rubió i Balaguer, hijo de Antoni Rubió i Lluch y nieto de Joaquim Rubió i Ors, fue entrevistado por Baltasar Porcel para la revista «Serra d’Or», paradigma del catalanismo resistencial. Había motivo. Aparte de los méritos contraídos por el entrevistado en el campo de la literatura, la bibliología y la biblioteconomía a lo largo de sus ya más de ochenta años de vida, y aparte de su ejemplar conducta en defensa de las libertades —y, en particular, de las que tenían como objeto la cultura catalana—, estaba el hecho altamente simbólico de que al doctor Jordi Rubió acababan de concederle el recién creado Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. El primero de cuantos vendrían, vaya. Pues bien, de las palabras recogidas entonces por Porcel en su entrevista, destaca la siguiente definición de cultura catalana: «Cultura catalana ha sido y es toda manifestación escrita de nuestro temperamento y de nuestro espíritu». O sea, escrita en cualquier lengua, como se cuidaba de recalcar a continuación el propio entrevistado. Por supuesto, ignoro qué entendía Rubió por «nuestro temperamento» y «nuestro espíritu», pero, dada su forma de pensar y de obrar, no creo que fuera nada excesivamente restringido, sino más bien lo contrario. En todo caso, él mismo admitía en su respuesta que había mucha gente que no compartía su definición, pero que ello le traía sin cuidado, puesto que le asistían suficientes y vigorosas razones para afirmar lo que afirmaba. No hace falta decir que, transcurridas más de cuatro décadas desde entonces, resulta inimaginable que un agraciado con el Premi d’Honor pueda llegar a sostener hoy en día algo parecido. Ni siquiera que pueda preocuparle lo más mínimo si le asisten o no le asisten razones. Si en las postrimerías del franquismo la propia cultura del catalanismo andaba dividida al respecto, después de treinta y cinco años de autonomía ya no hay división alguna. Sólo la muy gratificante obediencia debida.
ABC, 14 de abril de 2012.