1. Ya en «Los ingleses en su isla» (1943) y en «Cuando yunque, yunque» (1946) —o, mejor dicho, ya en las crónicas de «La Vanguardia» reunidas en ambos libros—, había descrito más de una vez Augusto Assía esa forma de ser de los ingleses que los distingue de los habitantes de cualquier otra nación civilizada. Me refiero a su capacidad para sobreponerse a la peor de las adversidades, a su espíritu combativo, belicoso incluso, escondido bajo una piel de cordero. Así, en los recientes disturbios que han asolado no pocos barrios de Londres y otras ciudades del Reino, ha sorprendido que la policía se limitara al principio a verlas venir sin cargar en ningún momento contra los vándalos. O que tuviera prohibido el uso de cañones de agua. Sin embargo, más debería sorprender la contundencia con que luego han reaccionado la gran mayoría de los británicos, desde el primer ministro hasta el último de los anónimos e improvisados barrenderos, pasando por los propios agentes del orden. Ahí está el largo millar de detenciones. Los juzgados funcionando día y noche. Las medidas anunciadas por Cameron en el Parlamento, y las ya adoptadas. No en vano el tercer volumen de crónicas inglesas de Augusto Assía, publicado en 1947, se titulaba, precisamente, «Cuando martillo, martillo».
2. La renuncia de
la concejal xenófoba de Salt a instancias de su propio partido —PxC— por su relación con un ciudadano de origen subsahariano es digna de los mayores elogios. Esa mujer, si quería ser coherente, debía optar entre dos sentimientos antitéticos: el encarnado en el acta y el encarnado en el hombre. Y ha escogido la carne antes que el cargo. No como esos nacionalistas, hombres y mujeres, que no utilizan más que el catalán en el ejercicio de sus funciones y no tienen, en cambio, ningún empacho en relacionarse con su pareja en la otrora lengua del Imperio. Y es que el nacionalismo, en el fondo, no es sino un voraz y vulgar juego de máscaras.
ABC, 13 de agosto de 2011.