Todo indica que Barcelona tendrá dentro de unos días nuevo alcalde. Hasta el propio aspirante a la reelección parece admitirlo al afirmar que, tras el 22-M, debe formar gobierno la lista más votada —que, según todos los sondeos, no será la suya— y que, incluso con un resultado favorable, él no piensa seguir como hasta ahora, o sea, gobernando en minoría. Lo cierto es que en eso Hereu actúa como su gran enemigo en el partido, el todavía secretario general Montilla. Si este, en plena campaña de las autonómicas, se comprometió a no reeditar el tripartito cuando estaba claro que sólo con un nuevo gobierno a tres bandas —y mediando encima algún milagro— podía aspirar a conservar la presidencia de la Generalitat, ahora Hereu acaba de hacer lo propio. De perdidos al río, en una palabra, a ver si por casualidad suena la flauta. Pero, del mismo modo que entonces no sonó, tampoco lo hará en los próximos comicios. Es más, si entonces los resultados fueron mucho peores de lo pronosticado por las encuestas, ahora también lo serán. Porque ha pasado medio año y el desapego ciudadano hacia el poder no ha hecho más que aumentar. Porque el propio partido socialista, en su profundo desvarío, no da una a derechas —con perdón—, empezando por las primarias barcelonesas, pasando por sus connivencias con CIU y terminando por las votaciones en el Senado y el Congreso sobre el fondo de competitividad. Y porque, en fin, lo que se dirime dentro de ocho días es la posibilidad de liquidar un modelo de gobierno que se alumbró en el ayuntamiento barcelonés a mediados de los noventa y que no es sino el mismo que ha llevado en los últimos años al conjunto de los catalanes al mayor de los desesperos. Así las cosas, no hay duda que la derrota más que probable del actual alcalde debe ser celebrada. Con independencia incluso de lo que vaya a venir. A ventilar tocan, que en tres largas décadas de ejercicio ininterrumpido del poder es mucho el polvo acumulado.

ABC, 14 de mayo de 2011.

La Barcelona que viene

    14 de mayo de 2011