La sede barcelonesa del Memorial Democrático ha tenido que cerrar por motivos de seguridad. Según cuentan las crónicas, ni las salidas de emergencia ni los sistemas de ventilación y aire condicionado cumplían con la normativa. Es más: antes incluso de que el edificio en cuestión albergara el engendro del ex consejero Saura y su cohorte de historiadores comunistas y postcomunistas, un informe ya había advertido del carácter obsoleto de sus instalaciones. Y otro hasta aconsejaba echar abajo el inmueble. Como comprenderán, después de gastar no poca letra en criticar la gestación y puesta en marcha del Memorial de marras, no iba a ser yo quien se privara ahora del placer de ver en lo sucedido una suerte de justicia poética. Es verdad, a qué engañarse —uno puede ponerse lírico, pero no tonto—, que aquí no se ha clausurado más que la sede; el personal ha sido reubicado en otra dependencia del Departamento de Gobernación y la exposición recién inaugurada en los bajos del solar ha terminado en una sala de otro engendro viviente, el Museo de Historia de Cataluña. Pero aún así, qué quieren, descubrir de golpe que un proyecto de esta naturaleza, tan extemporáneo, tan sectario, tan irresponsablemente contrario a la convivencia, radicaba en un espacio que está fuera de la ley —aunque no sea más que la urbanística—, produce cierta satisfacción. Si a eso se le suma que el Departamento se halla en estos momentos en manos de un partido cuya memoria particular dista mucho de la comunista, uno hasta puede soñar con que el derribo del Memorial esté próximo. Al fin y al cabo, si Cataluña es una nación o aspira a serlo, sus dirigentes deberían tener muy presentes las enseñanzas de Renan. Y, entre ellas, la que indica que una idea nacional se asienta en un pasado común, donde lo que más pesa es «haber sufrido juntos». Como se sufre, pongamos por caso, en una guerra civil. Claro que, así las cosas, ¿no podrían sostener lo mismo todos los españoles?

ABC, 5 de marzo de 2011.

Justicia poética

    5 de marzo de 2011