Al decir del propio promotor del acto, la convocatoria del pasado miércoles en el Teatre Nacional, bajo el lema «Junts per Catalunya!», quería ser «una llamada de atención desde la sociedad civil». O sea que, según Jordi Porta, la entidad que él preside, Òmnium Cultural, representa a esa parte privada de la sociedad que se mueve al margen de lo público. Impresionante. Yo no sé ahora, desde que Porta tiene el honor de presidir la benemérita institución, pero en los tiempos en que el cargo recaía en Josep Millàs -y fueron tiempos largos- eran frecuentes -así lo aseguraban al menos quienes trabajaban en la propia Generalitat- sus visitas, maletín en mano, a la Secretaría de Presidencia, donde moraba el todopoderoso Lluís Prenafeta. Y no parece que el maletín pesara más a la entrada que a la salida.

Han pasado, es verdad, los años y las administraciones, por lo que la financiación de Òmnium puede muy bien haberse vuelto, por fin, límpida y cristalina. Aun así, de lo que no hay duda es de que se trata en gran medida de una financiación pública. Vaya, que las cuotas de los asociados no dan, seguro, ni para abrir cada día la sede de la entidad -como sucede, asimismo, con un porcentaje altísimo de entidades y asociaciones catalanas-. De ahí que no deje de resultar incomprensible, por no decir grotesco, que el pasado miércoles Jordi Porta se dirigiera a los presentes en nombre de la sociedad civil. Y no sólo eso. Aunque no dispongo de la lista de las 900 personas que llenaron la sala grande del Teatre Nacional, por lo leído en las crónicas y por lo que suelen ser esos «aplecs catalanistes», me atrevería a afirmar que una parte importantísima de los asistentes al acto llevan años viviendo a costa del erario público. Ya como políticos en ejercicio, ya como funcionarios -los tentáculos de la Admistración autonómica son interminables-, ya como asalariados de una asociación, una fundación o una entidad cualesquiera, la vida de un porcentaje altísimo de los congregados depende, poco o mucho, de una subvención.

O sea, que lo mismo en el escenario que en el patio de butacas lo que allí predominaba no era una sociedad civil, sino una sociedad subvencionada. Sí, ya sé que, durante el acto, las puyas fueron todas para los políticos, como si los allí reunidos constituyeran un cuerpo social autónomo, independiente de sus manejos y sus intereses. Nada más falso. Quienes clamaban la otra noche contra la legitimidad del Tribunal Constitucional, contra la injerencia de España en los asuntos de Cataluña, contra la pasividad y la cobardía de los partidos políticos catalanes, no constituyen, en el fondo, sino un apéndice de esta misma clase política a la que fingen atacar.

Los ampurdaneses, que son un poco brutos, lo dicen de forma muy gráfica: «Qui té el cul llogat, no seu quan vol». Y el miércoles, en el Teatre Nacional, aunque la entrada fuera libre, casi todos, de un modo u otro, la habían pagado.

ABC, 28 de junio de 2008.

La sociedad civil catalana

    28 de junio de 2008