Supongo que, de haberse encontrado en parecida tesitura, el ex diputado Joan Puig hubiera reaccionado de forma harto distinta a la mía. Quiero decir que lo más probable es que se hubiera puesto en la boca un carné cualquiera y se hubiera tumbado en medio del pasillo impidiendo al personal de cabina la libre e imprescindible circulación. Y hasta puede que, antes de zamparse el documento, hubiera exclamado, en catalán blanense y estimulado sin duda por la naturaleza histórica del trayecto, algo así como «¡Via fora! ¡Via fora! ¡Visca la llengua catalana! ¡Visca els Països Catalans lliures i independents!». O algo peor.
Ahora bien, todo esto, de haber sucedido, no habría dejado de ser una vulgar payasada. En cambio, lo que este descerebrado ha sido capaz de perpetrar, a raíz del rechazo del director general de Air Berlin a la pretensión del Gobierno Balear de que la compañía se sirviera de la lengua catalana en los trayectos con origen o destino en las islas, va mucho más allá. Y no lo digo tanto por su apoyo a una campaña que, entre otras bellaquerías, incluía la reproducción del logo de la compañía con una cruz gamada, como por su artículo de anteayer en el «Avui» digital. En él, Joan Puig afirmaba, en su descargo, lo siguiente: «El nazisme no és patrimoni només dels jueus. Molts més van patir les barbaritats dels nazis entre ells molts catalans i catalanes». ¿Se dan cuenta? Por un lado, el nazismo como patrimonio de los judíos. Por otro, los catalanes, esa entelequia, puestos al mismo nivel que los judíos y sin reparar siquiera en la posibilidad de que alguien pueda ser, a un tiempo, catalán y judío.
Sí, un descerebrado. A ver qué día lo encierran.
ABC, 14 de junio de 2008.