Nada hay en el sanchismo cuyo origen no se remonte de una forma u otra a aquella época –la primera década de siglo, año más, año menos– en que José Luis Rodríguez Zapatero era secretario general del PSOE y, a partir de 2004, también presidente del Gobierno de España. Parafraseando, pues, al evangelista, puede decirse que en el principio fue Zapatero. Tanto es así que la reiterada presencia en los medios y, en general, en el espacio público del expresidente, en su papel de socorrista del actual presidente del Gobierno y secretario general de lo que queda del partido, debe entenderse como la del padre fundador que se niega a aceptar que lo engendrado por su persona, una vez llevado a su máxima expresión, también puede tener un final y acarrear, tarde o temprano, la pérdida del poder.
Fue Zapatero, en efecto, si no el introductor, sí el promotor acérrimo del tribalismo y las identidades en la esfera política y social española. Fue él quien abrazó todas las causas que han ido troceando poco a poco –con la incuestionable colaboración de una oposición reticente al cuerpo a cuerpo doctrinal– la unidad de la Nación, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, el pleno ejercicio de las libertades y, en definitiva, el Estado de derecho. Sánchez, en el fondo, no ha hecho sino tensarlas y extremarlas, haciendo de su necesidad vileza, hasta grados difícilmente imaginables hace sólo unos cuantos años.
Un ejemplo reciente de esas políticas iniciadas a comienzos de siglo y rematadas en los tiempos presentes es el documento perpetrado por la Mesa del Congreso de los Diputados que preside Francina Armengol –y digo perpetrado porque todo lo que pasa a un nivel u otro por las manos de esta mujer, al menos en el ejercicio de la única profesión que se le conoce, se perpetra–. Me refiero a las “Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje en la Administración parlamentaria”, que figuran como Anexo a la Reunión de Mesa de 5 de diciembre de 2023. Ya la Real Academia Española (RAE) se pronunció el pasado 13 de febrero sobre el contenido del texto. Y es que llueve sobre mojado. La RAE había publicado en enero de 2020, a petición de la entonces vicepresidenta Carmen Calvo, un “Informe (…) sobre el uso del lenguaje inclusivo en la Constitución Española” donde exponía su punto de vista sobre esta cuestión. Mejor dicho, no sobre el uso sexista del lenguaje –sea lo que sea este uso–, sino sobre el lenguaje inclusivo. Según recordaba entonces por enésima vez, el género masculino ya es inclusivo en muchísimos contextos, por lo que no puede privársele de semejante carácter como hacen las “Recomendaciones” en varios de sus apartados. Y encima dando a entender, de modo torticero, que el “Informe” de la Academia de cuatro años atrás había servido como base, junto a otros materiales, para la elaboración de las mencionadas “Recomendaciones”.
No voy a extenderme aquí sobre el documento de la Mesa y las incoherencias que contiene, puesto que la RAE ya se ha pronunciado al respecto y, por supuesto, con muchísima más autoridad que la mía. Pero no puedo dejar de subrayar una de las barbaridades perpetradas. En concreto, el ensañamiento de su redactor –o redactora, no vaya a ofenderse el sujeto o la sujeta– con la palabra “hombre”. Entre las recomendaciones, está la de evitar su uso “en el sentido amplio de ‘ser humano’”. ¿Y cómo se logra?, se preguntarán ustedes. Pues utilizando “‘varón’ en lugar de ‘hombre’ en contextos específicos para referirse al sexo masculino y ‘persona’ o ‘ser humano’ en contextos genéricos”.
Supongo que reparan en que la liquidación del uso de “hombre” como específico y como genérico acarrea su desaparición. En el primer caso la propuesta es sustituirlo por “varón”; en el segundo, por “persona” o “ser humano”. ¿Y el pobre hombre, entonces? No sé si es este el propósito de los promotores del documento –perdón, seamos militantemente inclusivos: de quienes han promovido el documento–, aunque me malicio que algo de eso habrá. Pero lo que no estoy dispuesto a consentir –tanto más cuanto que la ley de Igualdad de 2007 que sirve de faro ideológico a las “Recomendaciones” establecía ya el “fomento [de un lenguaje no sexista] en la totalidad de las relaciones sociales, culturales y artísticas”– es que ese “varón” tenga como pareja, según el propio texto, “mujer”. Aquí o todos moros o todos cristianos. Si el uso de “hombre” como específico ha de evitarse, lo mismo debería ocurrir con el de “mujer”, en beneficio de “hembra”, por ejemplo. Mal que le pese a una hembra empoderada como Francina Armengol.