“Hace unos días me dijo mi hijo: ‘Como empresario, me interesa que ganen unos, pero como ser humano me interesa que ganen otros y, como soy antes ser humano que empresario, voto a los que se preocupan, defienden y luchan por los más desfavorecidos’. ¿Tan difícil es de entender?” Ese comentario de un lector, publicado ayer en la sección de Cartas a la Directora del diario El País, refleja con gran precisión la esencia del pensamiento de izquierdas. En primer lugar, la contraposición entre la maldad asociada a la condición de empresario –y por empresario suele entenderse más bien alguien de derechas– y la bondad inherente a la condición de ser humano, como si no hubiera empresarios buenos y seres humanos malos. Luego, la superación, ideología mediante, de semejante maniqueísmo: me gano la vida gracias a la existencia de una economía de mercado, pero, en vez de votar a quienes la defienden y valoran, voto a quienes la atacan y desprecian, con lo que el pecado –ser empresario– lleva ya incorporada su propia absolución –votar por quienes se erigen en protectores de las víctimas de un sistema en el que los empresarios constituyen una pieza esencial–. Pero lo más relevante de la carta acaso sea la acotación final del padre a las palabras del hijo: “¿Tan difícil es de entender?” No, por supuesto. Siempre y cuando uno sea de izquierdas.
Los resultados de las últimas elecciones autonómicas y municipales, con la considerable merma del poder territorial de la izquierda, han puesto en evidencia eso que podríamos llamar su mal perder. A nadie le gusta ser derrotado, y serlo encima con contundencia. Pero la reacción de los dirigentes socialistas la misma noche electoral y no digamos ya en los días siguientes, cuando la repentina convocatoria de las generales trocó los lamentos por el tsunami que los había barrido del mapa –sin que ellos tuvieran al parecer culpa alguna– en acicate para intentar revalidar la mayoría parlamentaria de la que han disfrutado en las Cortes durante un quinquenio y frenar así “la oleada de la derecha y la extrema derecha” –como la calificó la balear Francina Armengol la noche del 28-M–; esa reacción, digo, no obedecía únicamente al disgusto o la rabia por haber sido apeados del poder autonómico y municipal, sino también a la convicción de que sólo ellos merecen estar en lo más alto del podio. Y es precisamente esa superioridad moral, ese convencimiento de que, siendo ellos depositarios del bien, a ellos compete gobernar el país, lo que les impide aceptar la alternancia en el poder y, en definitiva, la legitimidad de un gobierno en solitario del Partido Popular o bien uno del Partido Popular y Vox. Una legitimidad que sí ven, en cambio, en el razonamiento, hipócritamente paradójico, expuesto en la carta de El País mencionada al principio. Mientras vote a la izquierda, todo ciudadano estará haciendo el bien, incluso si se gana la vida con una actividad tan denostada por la propia izquierda como es la empresarial –aun cuando cree riqueza y genere empleo, sobra añadirlo–.
Ese mal perder al que me he referido antes no se limita sólo a los que tienen como profesión la política y gozan en ella de cierta posición preeminente. También se extiende a muchos de quienes influyen con su opinión en la cosa pública. Y, entre ellos, a quienes suscriben manifiestos donde se afirma que “la derecha y la ultraderecha están preparadas para asaltar y tomar las riendas del Gobierno” –lo que revela, por otra parte, la concepción que tienen los abajofirmantes de lo que es una democracia representativa–. Pero lo que yo jamás habría imaginado es que un sello de referencia como La Central, con librerías en Barcelona y Madrid, pudiera publicar el pasado 2 de junio en su Blog un apunte titulado “Contra el pensamiento rancio” y cuyo texto dice así:
“Los últimos resultados electorales han dejado un panorama político desolador. El discurso más rancio, cargado de odio, ruido y furia de una derecha extremada, ha tomado la iniciativa en un momento de estancamiento social y la apropiación reaccionaria de la nostalgia se ha instaurado en búsqueda de la diferencia. Nosotros, como siempre, nos hemos remitido a las lecturas, las que nos hacen entender los resultados, las que nos hablan del compromiso ineludible con la justicia social y, también, las que nos animan a reforzar la convivencia y a hacer prevalecer el respeto. Para pensar en un futuro compartido, para defender los derechos adquiridos, por un mundo más humano, libre y habitable.”
Y venían a continuación las portadas de una serie de obras de denuncia contra el fascismo, la extrema derecha, el conservadurismo o el neoliberalismo, debidamente formateadas y suscritas por practicantes del marxismo y la ideología woke. Obras todas que el Blog de La Central ponía al alcance de sus lectores, como doctrina al uso.
Ya dijo Jorge Herralde hace cerca de un año que le ofendería que alguien pudiera pensar que Anagrama, la que fue su editorial, había publicado a un solo autor de derechas. Tras sus palabras, pronto se descubrió que había publicado a lo largo del tiempo a bastantes firmas de esa especie maldita, lo cual llevaba a pensar que o bien no leía los originales de lo que publicaba o bien no entendía lo que leía. Fuera lo uno o lo otro y visto lo que ahora exhibe el Blog de La Central, si de algo no cabe duda es de que no era ni es el único en ver el mundo con semejantes anteojeras.