Puede que al común de los lectores el nombre de Ripoll les diga poco. Acaso les suene ya algo más si va asociado al de Wifredo el Velloso, aquel conde del siglo IX muerto a manos sarracenas, enterrado en el monasterio de Santa María de Ripoll y entronizado por la leyenda medieval y moderna como el “padre de la patria” catalana. Como sin duda debe de sonarles el de “imán de Ripoll”, un marroquí que ejerció en la localidad entre 2016 y 2017 y fue el inductor y organizador de los atentados terroristas de agosto de aquel año en Barcelona y Cambrils. Pues bien, Ripoll está hoy de actualidad. Y no por ninguna leyenda en esta ocasión, sino por la mismísima realidad.
Resulta que en las pasadas elecciones municipales, el 30% del voto emitido en la población fue a parar a un partido, Aliança Catalana, que se caracteriza por una doble xenofobia: hacia los hispanohablantes y hacia los inmigrantes extranjeros, la mayoría de los cuales son correligionarios –entiéndase en la acepción “que profesa la misma religión”– del antiguo imán. Y resulta asimismo que el bloque independentista, en el que convergen Junts, ERC y la CUP, o sea, la derecha y la izquierda practicantes de la xenofobia hacia los hispanohablantes, han acordado unirse e impedir el acceso de Aliança Catalana al poder municipal. Los últimos en manifestarse han sido los de Junts, cuya dirección, con la salvedad de su presidenta, Laura Borràs, decidió finalmente que había que sumarse a la izquierda más o menos extrema antes que coaligarse con la Aliança para formar gobierno.
A mí, qué quieren, la noticia me sorprendió. En este punto, y sin que sirva de precedente, estoy de acuerdo con Borràs. Si tanto Junts como Aliança Catalana son partidos de extrema derecha, ¿qué más da que el segundo exhume un odio más prominente que el primero al añadir el que proyecta sobre el inmigrante al que tiene como principal chivo expiatorio al hispanohablante?
Por lo demás, Junts es en buena medida responsable del nacimiento de Aliança Catalana. Y no sólo por lo que supone sembrar el odio entre conciudadanos, ya sea desde la propia Cataluña, ya desde Waterloo. Junts es, en último término, la heredera de la vieja y corrupta Convergencia i Unió. Y una de las políticas que Jordi Pujol y los suyos pusieron en práctica en consonancia con aquel “Programa 2000” ideado según parece en 1990 fue la de la inmersión lingüística. Para alcanzar los fines perseguidos, era muy importante que la lengua de origen del inmigrante no fuera el español. Cualquiera valía menos esta. Hispanohablantes, por así decirlo, había muchos más de los precisos. Y dado que el cupo más importante de inmigración procedía ya entonces de Marruecos, había que consolidar su presencia en Cataluña. E incluso favorecerla y aumentarla, pues el español no era su lengua materna.
A tal fin, crearon en 2003 la plaza de delegado de la Generalidad en Marruecos y nombraron para el puesto a Àngel Colom, un paniaguado de la política que había ido trasladando su fervor independentista y su necesidad de condumio desde la Crida a la Solidaritat de los años ochenta hasta el mismísimo partido del Wifredo el Velloso –entiéndase el “padre de la patria”– contemporáneo. A pesar de la llegada de la izquierda al Gobierno de la Generalitat, Colom se mantuvo en su puesto hasta 2008, en que volvió a Cataluña, donde ha seguido vinculado desde distintas canonjías políticas a los asuntos relativos a la inmigración y, en particular, a la procedente del Magreb.
La población de origen marroquí establecida hoy en Cataluña constituye un 30% de la residente en el conjunto de España. Aun así, no parece que las políticas de captación de voluntades llevadas a cabo en Marruecos por los Colom de turno y rematadas luego en el campo de la enseñanza con la aplicación del modelo de inmersión lingüística –por no hablar del sistema de ayudas sociales puesto en marcha en otros campos a cambio de la presunta cohesión vinculada al uso del catalán– hayan dejado mucha huella. A lo largo de la última década, la proporción de ciudadanos de Cataluña que confiesan utilizar habitualmente el catalán apenas se ha movido del 36% del total de la población. Ahora bien, si el objetivo era y es taponar la vía de agua que la competencia del castellano supone y supondrá siempre, la cosa cambia. Y ahí sí, ahí se entiende que la postura de Junts al sumarse al cordón sanitario contra la Aliança Catalana ripollense sea, como mínimo, un gesto coherente y respetuoso con unos ciudadanos a los que no ha dejado de manipular para propósitos que nada o casi nada tenían que ver con la inclusión social.