Hay noticias que, en la medida en que se asisten entre sí, en que se complementan, aunque sea desde el contraste y la disparidad, parecen hechas adrede para coincidir en el tiempo y el espacio. Ha ocurrido esta última semana en Barcelona. En la Universidad de Barcelona, en concreto, si bien dicha comunión tiene, a mi entender, un alcance mucho mayor, puesto que afecta al conjunto de la trama universitaria de Cataluña.
Por un lado, Jordi Llovet, catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Barcelona, ya jubilado –se despidió prematura y voluntariamente de la docencia hace más de una década y lo puso por escrito en un libro modélico, Adiós a la Universidad. El declive de las humanidades–; Jordi Llovet, decía, expuso en su cuenta de Facebook el currículo universitario de Laura Borràs, actual presidenta del Parlamento catalán, que había sido en otro tiempo alumna suya y luego miembro del departamento que él mismo dirigía. Pero no el currículo oficial y de dominio público, sino el opaco, aquel que sólo conocen quienes participan de los tejemanejes de la administración universitaria, politizada hasta la médula en Cataluña, con sus convocatorias de plazas y su designación de tribunales para ocuparlas. Llovet relataba lo que él había visto y vivido, y lo completaba con lo que le habían contado del paso de Borràs por otra universidad catalana, la UOC. Pues bien, del relato se desprendía, junto a la insuperable mediocridad de la candidata, que había ido perdiendo todos los concursos a los que se había presentado a pesar de las múltiples presiones ejercidas a través de terceros, entre ellos el propio rector de la UB y un miembro de la Real Academia que terminaría dirigiendo la institución, la terrible ambición que caracterizaba a esa mujer –mediocridad y ambición van a menudo de la mano– y que la había llevado a utilizar todos los medios a su alcance para intentar lograr sus propósitos, incluido el recurso a la bronca y a la pancarta por parte de familiares suyos presentes en unas oposiciones en las que fue derrotada.
No hace falta añadir que las maneras que adornan a Borràs en lo político y que han concurrido en su procesamiento por corrupción encajan a la perfección en el marco académico descrito por Llovet. O viceversa, como prefieran. Ningún respeto por la ley ni por los ciudadanos a los que debería haber servido desde sus cargos públicos y, en especial, desde esta presidencia del Parlamento a la que continúa aferrándose a pesar de su proceso particular; nada. Y por si no bastara con ello, hizo gala días más tarde de lo narrado por su exprofesor de un matonismo cartelero –de cártel, se entiende– al llamar a la hermana de Llovet para que este retirara el texto de Facebook si no quería verse envuelto en una denuncia por calumnias e injurias que interpondrían en su nombre los abogados Cuevillas y Boyé, conocidos por su apego a las causas del independentismo radical y violento, tanto catalán como vasco. Llovet retiró el texto, claro, no sin contar por qué lo hacía y advertir a sus lectores de que su valentía no podía en modo alguno compararse con la de su exalumna.
La otra noticia que el azar ha querido, como indicaba al principio, que viniera al encuentro de la anterior es la concesión del XXVIII Premio de la Tolerancia a S’ha Acabat!, premio que se suma al concedido este mismo mes por la Fundación Miguel Ángel Blanco a esta asociación de jóvenes por la defensa de la Constitución. S’ha Acabat! nació hace cerca de cuatro años en el seno de la universidad catalana y ha protagonizado hasta la fecha los mayores actos de heroísmo que se conocen por estos pagos desde que Artur Mas se echó al monte independentista. Esos jóvenes han sido insultados, amenazados, golpeados y vejados por la jauría separatista, por intentar ejercer su legítimo derecho a defender la Constitución en los campus y en las aulas de las universidades catalanas. Y ahí siguen, más robustos y resueltos que nunca, como un luminoso reclamo en Cataluña de una España de ciudadanos libres e iguales.
Ambas noticias, sobra precisarlo, constituyen las dos caras de una misma moneda: la de la universidad catalana. La cara sucia y la cara limpia. La cara corrupta y mafiosa, y la cara decente y honorable –en la que también se inscribe, por supuesto, un profesor ejemplar como Jordi Llovet, al que tuve el gusto de tratar como alumno suyo que fui y, más adelante, como compañero de fatigas literarias y culturales, y de la que también forman parte no pocos docentes igual de ejemplares, como es el caso de los agrupados en Universitaris per la Convivència–. La primera cara vive de la política, mientras que la segunda no sólo no vive de ella, sino que hace a menudo lo imposible para que la política no contamine lo que debería ser tan sólo el templo del saber. De momento, la primera lleva las de ganar. Pero la simple existencia de la segunda y su empeño en no dar el brazo a torcer ante las imposiciones y arbitrariedades del totalitarismo nacionalista suponen para muchos catalanes y para no menos españoles de fuera de Cataluña una bendita llama de esperanza de cara al futuro.